Lecturas Bíblicas: Día 127
Números 15 | Salmos 51 | Isaías 5 | Hebreos 12
En nuestra meditación sobre Levítico 4, observamos que las ofrendas por el pecado (Levítico 4:2, 13, 22, 27) y las ofrendas por la culpa (Levítico 5:14, 17; 6:4) sólo expiaban los pecados involuntarios, es decir, el tipo de pecados que se cometían sin saber que una acción concreta estaba prohibida o sin saber que una acción estaba defraudando o perjudicando a alguien.
Para otros pecados -es decir, para los pecados cometidos con pleno conocimiento tanto de la pecaminosidad de una acción como del daño que se estaba infligiendo a otra persona- Dios no proporcionó ningún sacrificio expiatorio. Éstos se clasificaban como pecados “de soberbia”, como si alguien estuviera levantando las manos para burlarse de Dios en el cielo mientras cometía el pecado: “Mas la persona que hiciere algo con soberbia, así el natural como el extranjero, ultraja a Jehová; esa persona será cortada de en medio de su pueblo. Por cuanto tuvo en poco la palabra de Jehová, y menospreció su mandamiento, enteramente será cortada esa persona; su iniquidad caerá sobre ella.” (Núm. 15:30-31).
Este pasaje sobre los pecados prepotentes ayuda a explicar la historia que sigue inmediatamente en Números 15:32-36, donde Jehová ordena que un hombre que es sorprendido recogiendo palos en día de reposo sea condenado a muerte. Como acababa de recibir la ley del Sinaí, no es posible que este hombre desconociera el mandamiento de descansar del trabajo este día.
Además, al trabajar en el Sabbath, este hombre estaba defraudando a Jehová de su gloria legítima al negarse a descansar. Este hombre había levantado sus manos en desprecio contra Jehová, y su castigo rápido y severo era totalmente justo.
Pero debemos comparar este pasaje con el Salmo 51, otra de las lecturas de hoy del Plan de lectura bíblica de M’Cheyne. Allí vemos la oración de David cuando es sorprendido en el pecado de soberbia de tomar a Betsabé, la mujer de Urías. En esta oración, David reconoce que no existe ningún sacrificio para expiar sus pecados: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto.” (Sal. 51:16).
Sin embargo, Jehová se apiada de David. ¿Por qué? En última instancia, nada más que por su gracia gratuita hacia un pecador desdichado, pero también porque David se humilló ante Él: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal. 51, 17). David se arrojó a la misericordia de Jehová, sabiendo que merecía la muerte, pero suplicando el perdón de todos modos.
Si David no tenía la seguridad de que pudiera ser perdonado, pero de todos modos se encomendó a Jehová, ¿qué excusa tenemos nosotros si nos negamos a acudir al sacrificio supremo y único de su Hijo Jesucristo para pedir perdón por nuestros pecados de soberbia?