Lecturas Bíblicas: Día 122
Números 9 | Salmos 45 | Cantar de los cantares 7 | Hebreos 7
La observancia de la Pascua en Números 9 ilustra un principio que hemos visto a lo largo de nuestro estudio de Números. Jehová tiene cuidado de proteger su propia santidad, por lo que no permite que nadie que se haya vuelto impuro por tocar un cadáver participe en la fiesta de la Pascua. Ordena explícitamente que los israelitas celebren la Pascua “conforme a todos sus estatutos y a todas sus reglas” (Núm. 9:3).
Y casualmente, algunas personas habían tocado un cadáver, por lo que no pudieron celebrar la Pascua en aquel momento. Admirablemente, deseaban tanto celebrar la Pascua que se acercaron a Moisés y le preguntaron si había algo que pudieran hacer para celebrar la Pascua, a pesar de su condición de impuros.
He aquí el principio que hemos visto una y otra vez en Números: por un lado, Jehová protege su propia santidad. Pero, por otro lado, Jehová no cesa de desafiar esos límites, buscando siempre nuevas formas de disfrutar de la comunión con su pueblo. Por eso, en este caso, Jehová establece un tiempo alternativo para que las personas que habían estado impuras o de viaje largo celebren la Pascua. A pesar de todas sus normas explícitas sobre el calendario, Jehová está dispuesto a hacer una provisión para permitir que más gente recuerde y celebre cómo los sacó de Egipto.
A través de todo esto, vemos que el amor de Jehová por su pueblo estrechando su santidad. Nunca está dispuesto a comprometer su santidad, pero a cada paso busca la manera de salvar la distancia que lo separa de su pueblo.
Lo vimos en la forma en que Jehová colocó su tabernáculo directamente en medio de su pueblo, pero puso a los levitas para protegerlo de cualquier entrada no autorizada. Lo vimos en la forma en que Jehová designó sacerdotes específicos que mediarían entre él y el pueblo, trayendo sacrificios para purificar a su pueblo de sus pecados. Lo vimos en el privilegio de acercar a los levitas, pero advirtiéndoles estrictamente que no miraran las cosas santas del tabernáculo, para que no murieran. Lo vimos en el modo en que Jehová insistía en que los impuros debían habitar fuera del campamento, pero en cómo permitió que cualquiera -joven o viejo, hombre o mujer, de cualquier tribu- fuera santificado mediante el voto nazareo.
En última instancia, la brecha entre la santidad de Jehová y su amor debe salvarse sin comprometer a ninguna de las partes. Si Jehová se limita a pasar por alto el pecado, su justicia queda mancillada para siempre. Pero si Jehová se niega a buscar la salvación de su pueblo, los pecadores indefensos como tú y como yo no tenemos esperanza ni en este mundo ni en el otro.
Este dilema requerirá nada menos que el Santo de Israel se convierta en pecado por nosotros, cargando con la maldición de nuestro pecado y dándonos su justicia.