Junio 13: Meditación Bíblica para Deuteronomio 18

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Lecturas Bíblicas: Día 164
Deuteronomio 18 | Salmos 105 | Isaías 45 | Apocalipsis 15

Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio están llenos de normas para los sacerdotes levitas de Israel, y en la lectura de ayer de Deuteronomio 17, Moisés estableció los requisitos para los reyes de Israel. En Deuteronomio 18, Moisés da instrucciones para el último de los tres oficios principales del Antiguo Testamento: los profetas. Hay dos disposiciones importantes en este pasaje que analizaremos hoy.

En primer lugar, Jehová establece criterios objetivos para que Israel evalúe a sus profetas: bajo ninguna circunstancia un profeta debe hablar en nombre de otro dios (Deut. 18:20), y los profetas que afirmen hablar en nombre de Jehová serán juzgados en función de si lo que dicen se cumple o no (Deut. 18:21-22). El castigo por fallar en cualquiera de estos dos puntos era la muerte (Dt. 18:20).

Es fascinante ver cómo se modifican estos requisitos en el Nuevo Testamento. Allí, toda profecía se juzga por lo que el predicador dice sobre Jesús. Para ser aceptada, la enseñanza debe confesar la plena deidad de Jesucristo (1 Juan 2:18-27), su plena humanidad (1 Juan 4:1-6), su señorío absoluto (1 Cor. 12:3) y su evangelio de gracia gratuita (Gál. 1:6-9). Nótese que los dos criterios para los profetas del Antiguo Testamento se han fusionado en un único criterio en el Nuevo Testamento: toda enseñanza debe proclamar la verdad de la persona y obra del Señor Jesucristo.

En segundo lugar, leemos dos veces en Deuteronomio 18 que un nuevo profeta será como Moisés (Deut. 18:15, 18). Sabemos que este profeta será israelita, ya que será “levantado de entre los hermanos [de Israel]” (Deut. 18:18), y sabemos que este profeta tendrá (al menos) el mismo nivel de autoridad e influencia que Moisés, hablando directamente las palabras de Jehová con la autoridad de Jehová detrás de él.

Y cuando llegamos a los evangelios, encontramos que Jesús no ocultó el hecho de que él era ese profeta. Cuando Jesús pronunció el Sermón del Monte, subió a una montaña y enseñó la ley al pueblo de Dios, igual que había hecho Moisés en el monte Sinaí, con la diferencia de que Jesús enseñaba “como quien tiene autoridad” (Mt. 7:29), es decir, no como alguien que se limitaba a transmitir la ley que había recibido de Jehová, sino como el dador mismo de la ley.

Esto es lo que quería decir el autor de Hebreos en las primeras líneas de su carta: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Heb. 1, 1-2). Dios ya no se revela poco a poco, profeta a profeta: en Jesús, Dios se reveló plenamente.

Jehová ha levantado un profeta como Moisés, por eso es a Jesús a quien debemos escuchar.

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