Lecturas Bíblicas: Día 117
Números 4 | Salmos 38 | Cantar de los cantares 2 | Hebreos 2
A medida que avanzamos en la lectura del libro de Números, debemos tener en cuenta que Israel sigue acampado en el monte Sinaí, como lo ha estado desde el Éxodo 19. La segunda mitad del libro del Éxodo, todo el Levítico y los primeros capítulos de los Números forman una larga escena bíblica.
Pero en Números 10, Jehová ordenará a Israel que levante el campamento. Así pues, en Números 4 vemos las instrucciones que Dios da a su pueblo sobre cómo levantar el campamento.
En primer lugar, los sacerdotes debían preparar el tabernáculo para el transporte, cubriendo cuidadosamente las cosas santas (Núm. 4:5-14). Esto era importante porque serían los coatitas quienes llevarían los muebles al siguiente campamento (Núm. 4:15), y los coatitas no sacerdotes no podían tocar ni mirar las cosas santas del tabernáculo, ni siquiera brevemente, para no morir (Núm. 4:15, 17-20).
Sin embargo, antes de que los coatitas recogieran los muebles, los gersonitas venían a recoger las telas del tabernáculo, y los meraritas venían a recoger las estacas, las bases, los postes, etcétera. Después de que las tres primeras tribus -Judá, Isacar y Zabulón- se ponían en marcha (Núm. 10:14-16), los gersonitas y los meraritas les seguían (Núm. 10:17) mientras los coatitas recogían los muebles, dando tiempo a los gersonitas y meraritas para montar la tienda del tabernáculo antes de que llegaran los coatitas con los muebles (Núm. 10:21).
Jehová había acercado a sí a los levitas (Núm. 3:6), no para que sirvieran como sacerdotes, sino para que ayudaran a los sacerdotes a proteger y preservar la santidad de Jehová y su tabernáculo acampando directamente alrededor del tabernáculo (Núm. 1:53), vigilando la entrada del tabernáculo para que no entrara ningún forastero (Núm. 3:10) y desmontando, transportando y volviendo a montar el tabernáculo de un campamento a otro (Núm. 4).
Las muchas reglas intrincadas y detalladas para organizar el espacio físico del campamento de Israel nos enseñan dos cosas. En primer lugar, aprendemos (una vez más) que Jehová es un Dios santo, cuya santidad debe guardarse cuidadosamente para la protección del pueblo, porque la santa ira de Dios consumiría a los pecadores impuros que la violaran. En segundo lugar, aprendemos que es el mayor privilegio posible acercarse a Jehová, como hacían los levitas (Núm. 3:6).
Esta es la razón por la que Jesús vino al mundo: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Ef. 2:13). Hermanos y hermanas, en Cristo gozamos de privilegios que los levitas no podían ni imaginar.
¡Alegrense! Ustedes han sido acercados a Dios, no por reglas y reglamentos que deben guardar, sino nada menos que por la preciosa sangre de Cristo que Él ha derramado por ustedes.