Lecturas Bíblicas: Día 112
Levítico 26 | Salmos 33 | Eclesiastés 9 | Tito 1
Las promesas del antiguo pacto eran un arma de doble filo. Por un lado, Jehová prometía establecer el paraíso en la tierra para Israel si obedecía todos sus estatutos y mandamientos, pero por otro lado, prometía el infierno en la tierra si su pueblo se negaba a escucharle y despreciaba sus leyes. En Levítico 26, Jehová expone los dos caminos que podía seguir su pueblo: bendiciones por la obediencia o maldiciones por la desobediencia.
Jehová promete bendiciones materiales específicas junto con sus correspondientes maldiciones materiales. Por la obediencia, Jehová bendeciría a Israel con abundantes lluvias y buenas cosechas (Lev. 26:3-5), paz (Lev. 26:6-8) y prosperidad (Lev. 26:9-10). Por la desobediencia, sin embargo, Jehová enviaría enfermedades mortales (Lv. 26:16, 25), derrotas militares devastadoras (Lv. 26:17-19, 25, 33, 36-39), hambre (Lv. 26:16, 20, 26) y ataques de bestias salvajes (Lv. 26:21-22).
Pero Jehová también hace promesas sobre bendiciones y maldiciones espirituales en este pasaje. De hecho, la frase más sobrecogedora de todo el capítulo aparece en Levítico 26:12: “y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo“. Esta es una forma especial del verbo que probablemente se traduce mejor como “caminar de un lado a otro“. Es la misma forma de “caminar o andar” que se utiliza para describir el andar de Jehová en el Jardín del Edén inmediatamente antes de que Adán y Eva fueran maldecidos por su propia desobediencia (Gn. 3:8).
Si nos preguntamos por qué los castigos que promete Jehová son tan duros, podríamos considerar la intimidad que Jehová ofrecía aquí a Israel: nada menos que la intimidad que Jehová disfrutó con su pueblo en el Jardín del Edén. Del mismo modo, Jehová prometía ser el Dios de Israel, para que Israel fuera su pueblo. Y, por otro lado, prometía reaccionar como un marido traicionado, con una furia celosa, si descubría la infidelidad de Israel hacia él.
Así que, a medida que seguimos leyendo la historia de la Biblia, aprendemos dos cosas. En primer lugar, Jehová se enfurecerá contra la infidelidad de su pueblo con celos justos, pues es un Dios celoso cuyo propio nombre es Celoso (Éx. 34:14).
Pero, en segundo lugar, también leeremos que, aunque Jehová puede desechar a su pueblo durante un tiempo, su profundo amor y compasión por él hacen imposible que Jehová lo abandone para siempre (Os. 11:8). El resto de la historia de la Biblia nos narra la profunda tensión entre la celosa ira de Jehová contra su pueblo por sus infidelidades y su gran amor y compasión que le mueven a perdonarlo y reconciliarlo consigo.
Y en la cruz, esa tensión cobra toda su fuerza. Sobre Jesús -el propio Hijo de Dios- el Padre derramó la ira de las maldiciones del pacto de Levítico 26 para que, a través de Cristo, pudiéramos recibir en su lugar las bendiciones del pacto de Dios.