Lecturas Bíblicas: Día 110
Levítico 24 | Salmos 31 | Eclesiastés 7 | 2 Timoteo 3
En todo el Levítico, sólo dos relatos interrumpen los estatutos y la legislación que, por lo demás, llenan el libro:1 uno de ellos aparece en Levítico 10, donde se narra cómo Nadab y Abiú, hijos de Aarón, ofrecieron fuego extraño ante Jehová. El otro relato aparece aquí, en Levítico 24:10-16, cuando el hijo de una israelita y un egipcio blasfema contra “el Nombre” (Levítico 24:11). En ambas historias, los infractores son condenados a muerte, por el propio Jehová en el caso de Nadab y Abiú y por toda la congregación de Israel en el caso del blasfemo.
La pregunta obvia que plantea este relato de Levítico 24 es si deberíamos considerar la pena de muerte para la blasfemia hoy en día; sin embargo, probablemente nos ponga nerviosos plantear tal pregunta por dos razones. En primer lugar, estamos rodeados de blasfemia en nuestra cultura, por lo que es preocupante pensar que nuestros amigos y parientes podrían estar cometiendo un delito merecedor de la pena capital en estos casos. En segundo lugar, es obvio que esta cuestión plantea otras más amplias sobre la relación de la Iglesia con el Estado: ¿cómo abordaríamos un tema así hoy en día?
Pero, de hecho, hay una diferencia importante entre los israelitas de Levítico 24 y los que vivimos hoy en día: Jehová estableció una teocracia con Israel mediante un pacto nacional único que hizo con su pueblo. Así, además de las leyes morales representadas por los Diez Mandamientos, y además de las leyes ceremoniales que prescriben la naturaleza del culto de Israel y que componen gran parte del Levítico, la (antigua) ley del pacto de Dios con su pueblo legislaba que los blasfemos debían recibir la pena de muerte.
Todavía es pecado blasfemar hoy, ya que la blasfemia es una violación del tercer mandamiento, pero como ya no somos miembros del antiguo pacto, la consecuencia civil ordenada para la blasfemia (la pena de muerte) ya no se aplica.
La razón de la pena de muerte en este caso, entonces, era que Jehová moraba en medio de su pueblo, y si su pueblo blasfemaba flagrantemente el santo Nombre de Jehová, profanaba la santidad de Jehová, lo cual era un acto tan perverso que merecía el castigo de la muerte.
En cambio, hoy vivimos en una realidad totalmente distinta. Vivimos sabiendo que Jesús ha venido a este mundo para establecer un nuevo pacto, distinto del pacto que rompió Israel (Heb. 8:9), un pacto que no depende de una tierra santa ni de un templo santo. En su lugar, el reino de Dios habita en los corazones de su pueblo en todo el mundo. La blasfemia sigue siendo una violación de la santa ley de Dios, pero la ley de Dios ya no impone castigos civiles por ese delito.
Más bien, esperamos la venida de Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos por todas sus obras. La blasfemia no quedará impune, pero no seremos nosotros quienes administremos las consecuencias.
Notas al pie
- Levítico 8-9 narra el proceso de consagración y ordenación de Aarón y sus hijos para el ministerio sacerdotal, pero está escrito para reflejar la obediencia paso a paso de Israel en el cumplimiento de la ley para la ordenación, tal como se establece en Éxodo 29. Los relatos de Levítico 10 y Levítico 24:10-16 representan casos en los que se sientan precedentes totalmente nuevos. ↩︎