Lecturas Bíblicas: Día 107
Levítico 21 | Salmos 26–27 | Eclesiastés 4 | 1 Timoteo 6
Si los últimos capítulos del Levítico se han centrado en la santidad personal exigida a todos los israelitas, Levítico 21-22 se centra específicamente en la santidad personal de los sacerdotes, que estaban llamados a un nivel de vida más elevado. De hecho, los sacerdotes se enfrentaban a algunos requisitos que nos pueden parecer sorprendentes o incluso impactantes.
Por ejemplo, ¿por qué se prohibía a los sacerdotes entrar en contacto con cualquier persona muerta que no fueran sus parientes consanguíneos (Lev. 21:1)? ¿Y por qué al sumo sacerdote no se le permitía hacer ningún tipo de duelo dejándose caer el pelo o rasgándose las vestiduras (Lev. 21:10)? O, ¿por qué no se le permitía salir del santuario ni siquiera para visitar a su propio padre o madre que había muerto (Lev. 20:11-12)?
Si bien podemos entender por qué a los sacerdotes no se les permitía casarse con prostitutas o con una mujer divorciada (Lev. 21:7), ¿por qué Dios prohibiría al sumo sacerdote incluso casarse con una viuda (Lev. 21:14)? ¿Y qué razón podría tener Jehová para descalificar del ministerio sacerdotal a alguien con un defecto físico, ya fuera ciego o cojo, mutilado en la cara o en una extremidad (Lev. 21:18), herido en la mano o en el pie (Lev. 21:19), jorobado o enano, simplemente miope, o tuviera una enfermedad de la piel o los testículos aplastados (Lev. 21:20)?
La respuesta a estas preguntas sigue la misma idea que exploramos en la meditación de ayer sobre la santidad general requerida para todo Israel: Jehová había querido que la Tierra Prometida fuera la tierra santa donde morara con su pueblo santo. Pero más concretamente, era el tabernáculo (y más tarde, el templo) dentro de la Tierra Prometida lo que representaría el nuevo Jardín del Edén. De esto modo, mientras que Israel en general tenía que evitar cualquier comportamiento perverso que pudiera profanar la Tierra Prometida en general, los sacerdotes tenían una responsabilidad mucho mayor de evitar cualquier cosa que apestara a la maldición del pecado, la muerte o el diablo.
A los sacerdotes, por lo tanto, no se les permitía servir en el tabernáculo mientras estuvieran contaminados por la muerte o por la inmoralidad sexual o incluso por un defecto físico. Como escribe Allen Ross, “Si había muerte en la comunidad, [los sacerdotes] tenían que transmitir la esperanza eterna del pacto [absteniéndose de guardar luto]; si se casaban, tenían que vivir la pureza del pacto en sus matrimonios; si no eran perfectos de cuerpo y mente, no podían entrar en el servicio sacerdotal“.1
Pero aunque a los sacerdotes se les ordenaba evitar todo lo relacionado con la maldición de la caída, eran impotentes para revertir dicha maldición. Para revertir los efectos de la caída y restaurar la creación de Dios de nuevo a su perfección original, el pueblo de Dios necesitaría un sacerdote mucho mayor que pudiera ministrar de acuerdo con promesas mucho mayores.
Y sólo en la plenitud de los tiempos llegaría ese sacerdote.
Notas al pie
- Allen P. Ross, Holiness to the LORD: A Guide to the Exposition of the Book of Leviticus (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2002), 389. ↩︎