En ocasiones, encontramos líderes cristianos lamentándose del escaso apoyo que reciben de sus colaboradores en la obra evangelística. Para ellos las razones de la omisión en el servicio al Señor son la pereza, la apatía y la falta de compromiso de los miembros de la iglesia.
Según esta extraña forma de considerar las cosas, la responsabilidad de la expansión del evangelio recae solo en sus seguidores y no sobre ellos. No obstante, al analizar detenidamente la realidad de los hechos, puede advertirse la falta de conocimiento que tienen tanto estos (lideres) como los fieles respecto de tales ocupaciones.
La prueba es que al preguntar por las labores que se efectúan durante las cruzadas programadas en alguna iglesia local se contesta tajantemente: repartir volantes, anunciar la visita de un “apóstol o profeta” con mensajes de prosperidad, abundancia y riquezas, o la realización de campañas de sanación, profecía, exorcismos y hasta recolectas de ofrendas en medio de la comunidad. Nada cercano a lo que el Señor tenía en mente a la hora de encomendar a sus discípulos la gran comisión.
Si bien es cierto que Jesús realizó incontables señales y milagros durante su ministerio, el propósito principal de estos era autenticar su carácter de Hijo de Dios y su relación con el Padre para mostrar el camino que conduce a la salvación. Ahora, si hay desconocimiento de la auténtica obra evangelística por parte de los líderes, ¿qué se puede esperar de los discípulos? Por eso, no es difícil visualizar el grado de oscuridad en el que nos encontramos tantos los unos como los otros. En definitiva, Solo unos pocos tienen conocimiento de la predicación del verdadero evangelio.
EL EVANGELIO VERDADERO
Como siervos debemos conocer el evangelio y proclamarlo en obediencia al Señor; desechando toda clase de doctrina errada que nos aleja de la presencia de Dios. Pero, ¿Cómo saber si aquello que testificamos es justo lo que las escrituras reconocen con el nombre de buenas nuevas? La respuesta es simple: Juan el Bautista, Cristo mismo, sus discípulos y el apóstol Pablo lo enseñaron con lujo de detalles. Veamos en ese orden que testificaron ellos.
1. LO QUE JUAN EL BAUTISTA PREDICÓ
Juan proclamó la llegada del reino de los cielos y la salvación de aquellos que, arrepentidos de su maldad, confesaban sus pecados. De igual manera, acerca de la ira venidera para los que elegían continuar en el camino del mal. Por ello, es justo decir que el evangelio muestra la necesidad que tiene el hombre de arrepentirse y confesar su maldad; no solo era para Israel como algunos aun lo creen, también lo es para nosotros, (Mateo 3:1-12).
La predicación del Bautista no es ni cercanamente parecida a lo que se proclama hoy día en muchas iglesias cristianas: Cristo ya no es el centro del evangelio, sino la prosperidad, la riqueza, el positivismo y la doctrina de la atracción.
Por ejemplo, una promesa descontextualizada que frecuentemente utilizan los falsos maestros es la dada a Josué y al pueblo de Israel antes de cruzar el Jordán. Haciendo mal uso de la hermenéutica, y acomodando la palabra de Dios a sus insanos pensamientos, persuaden a los creyentes a creer que todo lo que pisen sus pies será suyo (Josué 1:2-4).
Juan no allanó el camino del Mesías hablando mentiras. Por el contrario, proclamó hasta su muerte la justicia y el justo juicio de Dios: salvación para los que se arrepienten y confiesan sus pecados y condenación para todo aquel que desecha la obra del Señor
2. LO QUE JESÚS PREDICÓ
En armonía con la predicación de Juan el Bautista el Señor habló acerca del cumplimiento de los tiempos, la llegada del reino de Dios, el arrepentimiento de pecados y la salvación por medio de la fe entre otras cosas, (Marcos 1:14-15).
Mateo, refiriendo la predicación de Cristo Jesús al inicio de su ministerio, respalda este hecho, (Mateo 4:17). De ahí que no se puede negar que el evangelio guarda relación irrestricta con el arrepentimiento para perdón de pecados y la salvación por la fe en el cordero de Dios, quién es el sacrificio perfecto.
El médico Lucas, compañero de misiones de Pablo, refiriendo uno de los momentos en que el maestro aparece a sus discípulos, agrega la necesidad de que los siervos de Cristo testifiquen acerca de los padecimientos, muerte, resurrección y ascensión del Señor. En otras palabras, la predicación del evangelio compromete ineludiblemente el testimonio de la vida y obra de Jesús, (Lucas 24:44-48).
No hay duda de que las enseñanzas del maestro son claras y precisas: predicar el verdadero evangelio y haced discípulos, en vez de maquillar y falsear el mensaje, (Marcos 16:14-15). Pues, como dijo el apóstol Pablo en su intervención contra los Gálatas que endurecieron el corazón y se volvieron a la ley después de conocer la fe de Cristo, “no es que haya otro evangelio”, (Gálatas 1:6-12).
3. LO QUE PREDICARON LOS APÓSTOLES
Mientras estuvo en la tierra Jesús capacitó y enseñó a sus seguidores en el oficio de la predicación (Marcos 6:1-12); nada parecido a lo que sucede hoy en medio de algunas congregaciones. Los nuevos creyentes, incluso los más antiguos, son enviados a hacer discípulos para Cristo sin siquiera conocer lo que es el evangelio.
La predicación de los apóstoles invitaba a los hombres al arrepentimiento y la confesión de Pecados; los milagros y señales solo eran obras accesorias para autentificar la autoridad y el poder dado por Dios a su Hijo amado y a ellos mismos.
Sin lugar a dudas, la misión principal de todo buen creyente (además de hacer la voluntad de Dios) es ser testigo de Cristo. Mediante el testimonio de su obra y el llamado al arrepentimiento para perdón de pecados el Espíritu Santo acerca a Jesús a todos aquellos que les ha sido dado abrir sus oídos a la predicación. Pues, como testificaron Pedro y Juan ante el concilio: “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
4. LO QUE PREDICÓ PABLO
Valdría la pena preguntar, ¿qué clase de mensaje podría proclamar un antiguo perseguidor de la iglesia como Pablo? La respuesta es sencilla: el único y verdadero (1 Corintios 15:1-8). Sin duda, el apóstol exhortó a judíos y gentiles al arrepentimiento y a convertirse a los caminos del Señor, (Hechos 26:19-23). En ese sentido, su antigua profesión no restaba méritos a la labor que desarrolló en nombre de Cristo. Lo mismo sucede con nosotros, antes de ser tocados por la misericordia de Dios, también fuimos perseguidores de la iglesia.
El evangelio no era motivo de vergüenza para Pablo, como si lo es para muchos de nosotros, (Romanos 1:15-17). Por eso, confesaba abiertamente (inspirado por el Espíritu Santo) que Jesús era el Mesías anunciado por la ley y los profetas, (Romanos 10:8-11). Incluso, aún cerca de la muerte continuó aferrado al poder de la palabra de Dios y postrado a los pies de Cristo.
El apóstol a los gentiles no esgrimió con orgullo los dones espirituales concedidos a él por el Señor, como ocurre con los falsos apóstoles y profetas de la actualidad. Por el contrario, humillado delante de Dios, prefirió predicar a Cristo crucificado venciendo en la cruz para salvación de los que se arrepienten y confiesan sus pecados, (1 Corintios 1:20-24).
Tampoco se enseñoreó de los débiles en la fe despojándoles de sus bienes, como hacían los fariseos con las viudas de Israel o hacen los falsos pastores de hoy. Su evangelio, como el mensaje proclamado por Cristo y los apóstoles, fue compartido de manera gratuita, sin acepción de personas y nunca por ganancia deshonesta, (1 Corintios 9:18).
Así mismo, participando de los padecimientos del Señor sin envidia o contención, oprimió hasta su propia carne para asegurar la expansión del evangelio, glorificando de esa manera el nombre de Dios, (Filipenses 1:12-17).
CONCLUSIONES
Muchas cosas se asocian al evangelio de Cristo hoy día, pero no todas dan testimonio verdadero del Señor y su obra en la cruz del Calvario. La mayoría apunta principalmente a vertientes teológicas de índole social y humanística como la prosperidad o la liberación y no al mensaje transmitido por Jesús y sus apóstoles. Es más, algunas son tan falsas cual escena de sol calcada al interior de un estudio fotográfico.
Debido a que la palabra de Dios no es la autoridad en medio de muchas congregaciones, los falsos maestros engañan aún a los creyentes más preparados. En consecuencia, en vez de acercarnos a Cristo como debe ser, este pseudoevangelio solo nos aparta de Él.
De hecho, para muchas comunidades cristianas de la modernidad la biblia solo es la recopilación de historias atractivas para los sentidos -equiparables a los escritos publicados por falsos profetas que enseñan a declarar bienestar en todo momento- y no la palabra inspirada por Dios, la cual es útil para enseñar, reprender, corregir e instruir en justicia, (2 de Timoteo 3:16).
No hay duda de que muchos somos burlados con artificios bien elaborados por desconocimiento de las cosas de Dios. Un domingo cualquiera, por ejemplo, pueden apreciarse multitudes que prefieren degustar la agradable sensación que produce la música y la falsa predicación, antes que nutrirse con el evangelio que invita a postrarse a los pies de Cristo completamente humillados y arrepentidos por el pecado.
Como no alcanzamos a distinguir la diferencia entre la verdad de Dios y la mentira de Satanás, se hace difícil percibir que aquello que se predica desde los pulpitos hoy día es un tipo de doctrina diferente a la enseñada por el Señor Jesús dos mil años atrás.
En definitiva, lo que la mayoría degusta en muchas iglesias “cristianas” no es la palabra de Dios, sino una burda falsificación del evangelio…
Para terminar una pregunta inocente:
¿Te alimentas verdaderamente de la palabra de Dios o solo andas en pos de promesas de prosperidad, señales, liberaciones y profecía? Tu respuesta seguramente dará una luz al tipo de evangelio que proclamas, solo espero que este sea el verdadero…