Una gran bendición

¿No es maravilloso esto hermanos? El infractor de la ley, el reo de condenación, el convicto es salvado del justo juicio de Dios por el mismo juez eterno que pesó su maldad y lo halló culpable. ¿Dónde podríamos encontrar tanto amor, misericordia y gracia juntos, acompañados de santidad y justicia verdadera? Solo en Cristo es posible, pues en Él habitó la plenitud de la deidad. Solo Él podía juzgar con justicia y salvar al pecador sin quebrantar su santidad, nos recuerda una y otra vez la palabra de verdad.
Biblia, historia de amor

La biblia es la manifestación del soplo divino en la pluma de más de cuarenta autores humanos que escribieron acerca del plan de redención diseñado por Dios antes de la fundación del mundo. No es que Moisés, Isaías, Daniel, Lucas o Pablo hayan hilvanado a lo largo de mil quinientos años una historia congruente por cuenta propia. Sino que el señor se sirvió de la mente, el corazón y los sentimientos de seres imperfectos para revelar al hombre los misterios escondidos en las abundantes riquezas de su gracia.

Hombres comunes y corrientes, con dignidades, destrezas, oficios y debilidades tan dispares como David y Daniel (uno rey, otro esclavo), Moisés y Josué (el primero pastor, el segundo general del ejército de Israel), Lucas y Timoteo (el mayor, médico y evangelista, el joven, misionero con problemas de salud) fueron tomados por herramientas del Espíritu Santo para plasmar la más hermosa historia de amor. Sin duda, somos bienaventurados por contar con la palabra santa y perfecta de Dios en nuestros días. No sólo porque actúa como refrigerio para la vida agobiante que vivimos, sino también, porque en ella encontramos toda fuente de luz y de verdad. Ella es alimento para vida eterna en Cristo Jesús, ya que todo en ella habla de Él.

Entre otras cosas, las sagradas escrituras enseñan acerca de la creación, la caída, la justificación, la santificación y la futura glorificación de los hijos de Dios. Pero, principalmente, hablan y enseñan de los atributos de Dios expresados a plenitud en su Hijo, es decir, hablan de su Santidad, Justicia, Soberanía, eterno Poder, Sabiduría, Misericordia y Amor infinito.

La palabra de Dios trata específicamente del Hijo de Dios, quién se ofreció a sí mismo como ofrenda perfecta para aplacar la ira Santa y misericordiosa del Creador, y es que, por medio de Él, en Él y para Él fuimos reconciliados con el Padre, y solo la gracia divina puede decir al pecador: he de salvarte de tu propio error. ¿No es maravilloso esto hermanos? El infractor de la ley, el reo de condenación, el convicto es salvado del justo juicio de Dios por el mismo juez eterno que pesó su maldad y lo halló culpable. ¿Dónde podríamos encontrar tanto amor, misericordia y gracia juntos, acompañados de santidad y justicia verdadera? Solo en Cristo es posible, pues en Él habitó la plenitud de la deidad. Solo Él podía juzgar con justicia y salvar al pecador sin quebrantar su santidad, nos recuerda una y otra vez la palabra de verdad.

Conocer las escrituras, así como compartirla y aprender de ellas es una bendición para el creyente, pues, ellas hablan, tratan y enseñan acerca del Padre; hablan, tratan y enseñan del Hijo; hablan, tratan y enseñan de Dios.

¿No creen que podamos ser bienaventurados al tener la revelación divina a nuestro alcance? ¿La misma que Dios preservó por simple misericordia a través de la historia humana? Por supuesto que sí. A pesar de las artimañas empleadas por el maligno para alejarnos de la revelación de Dios, debemos decir que somos bienaventurados al poder contar con las sagradas escrituras hoy. Miren la ironía del caso, aun las guerras fueron utilizadas por Dios para preservar su santa palabra. ¿O no es cierto que la caída de Samaria en el 721 A.C., y de Jerusalén entre el 605 y el 586 A.C., así como las múltiples persecuciones acaecidas en contra de la iglesia a lo largo de los siglos, son solo algunas de las circunstancias usadas por Dios para traer las escrituras desde un pasado remoto hasta nuestros días? Sin duda, es así.

La conquista y dominación babilónica llevó al pueblo judío a preservar los originales hebreos, y a escribir nuevas versiones de la ley y los profetas en Arameo, durante los setenta años de cautiverio. De la misma manera, el griego fue utilizado en la Septuaginta y en la escritura del nuevo testamento. Así como también el latín corriente fue usado por Jerónimo en la traducción de la Vulgata latina en el siglo IV A.C. Estos dos últimos idiomas, fueron las lenguas oficiales de los conquistadores griegos y romanos. Ni que decir acerca de la persecución orquestada por el tribunal de la “santa” inquisición en contra del protestantismo que hizo posible las traducciones al inglés, francés, alemán, español y cientos de idiomas más. ¿Y qué hay de la conquista de América o las persecuciones selladas en contra de los cristianos en China, India y los países musulmanes? ¿No llegó acaso la palabra de Dios con toda su hermosura a esos pueblos, y a todos los pueblos de la tierra, especialmente en épocas de persecución?

Indudablemente, es una bendición disfrutar el logos de Dios en nuestros propios idiomas, tal como lo anunció el Señor al enviar a sus discípulos a proclamar el evangelio en todas las naciones de la tierra, comenzando desde Jerusalén, (Lucas 24:47). Qué hermosa bienaventuranza hermanos, gracias a Dios y a su magnífico plan, las sagradas escrituras nos acompañan en nuestros días, nos enseñan, nos redarguyen, nos corrigen e instruyen en justicia para hacernos enteramente preparados para toda buena obra, (2 Timoteo 3:16). Como dice el profeta Isaías: “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié(Isaías 55:11).

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