Lecturas Bíblicas: Día 249
1 Samuel 31 | 1 Corintios 11 | Ezequiel 9 | Salmos 48
En 1 Samuel 31, leemos sobre la muerte de Saúl, el primer rey de Israel. Aunque Saúl tuvo problemas casi desde el principio de su reinado, este pasaje no está escrito para demonizar a Saúl, sino para subrayar la tragedia de su vida. Saúl prometía mucho al principio, pero su corazón no seguía el de Jehová, lo que le llevó a rebelarse contra Jehová con una desobediencia deliberada y, en última instancia, a que Jehová le arrebatara el reino de Israel.
Para empezar, debemos reconocer el gesto conmovedor de los habitantes de Jabes de Galaad, cuyos valientes hombres, cuando se enteraron de cómo los filisteos habían profanado el cuerpo de Saúl, “se levantaron y anduvieron toda la noche y tomaron el cuerpo de Saúl y los cuerpos de sus hijos del muro de Bet-sán, y vinieron a Jabes y los quemaron allí. Tomaron sus huesos y los enterraron bajo el tamarisco, en Jabes, y ayunaron siete días” (1 Sam. 31:12-13). Ya en 1 Samuel 11, Saúl había convocado a todo Israel para que acudiera en defensa de Jabes de Galaad cuando estaban sitiados por los amonitas. Este acto de valor para recuperar el cuerpo de Saúl es un tributo apropiado a la memoria de lo que Saúl había hecho por ellos. Pero más que eso, esta historia nos impide olvidar los aspectos positivos del reinado de Saúl.
Y, sin embargo, también debemos recordar que las consecuencias del pecado de Saúl fueron graves, como lo ilustra la muerte de Jonatán en 1 Samuel 31:2. Jonatán sabía que nunca sería rey, ya que Jehová había ungido rey a David. Sin embargo, no intentó tomar las riendas de la situación perjudicando a David para conservar el trono para sí mismo, sino que se regocijó en la esperanza de poder sentarse junto a David (1 Samuel 23:17). En lugar de ello, Jonatán termina siendo una víctima de la desobediencia de Saúl.
En la vida de Saúl -como en las vidas de muchos de los demás reyes de Israel- leemos una sombría advertencia a perseverar. Hay tantos reyes que empiezan bien para luego naufragar en su fe en diversos grados. Todos ellos, sin embargo, nos obligan a recordar que todavía queda mucha batalla por librar hasta que lleguemos a nuestra herencia eterna. Es fundamental que no permitamos que las acciones al final de nuestras vidas traicionen las cosas positivas con las que las comenzamos.
Hermanos y hermanas, prestemos atención a la advertencia de Saúl y sigamos adelante. Jesús es digno de ello. Fijemos nuestros ojos en el premio de ganar a Cristo en el último día, porque él es infinitamente mejor que los placeres débiles y corruptos que este mundo nos ofrece a cambio de la gloria de Cristo.
