Lecturas Bíblicas: Día 247
1 Samuel 28 | 1 Corintios 9 | Ezequiel 7 | Salmos 45
En 1 Samuel 28, encontramos una de las escenas más vívidas de toda la Biblia. Saúl, al límite de sus fuerzas, visita a una médium para pedir consejo sobre cómo salvar su reino. En concreto, pide a la médium que invoque a Samuel de entre los muertos con la esperanza de que el profeta pueda darle algún conocimiento útil de ultratumba.
Una de las principales preguntas que rodean este pasaje es si estamos viendo realmente a Samuel o si se trata de un demonio que se hace pasar por Samuel. Todo en este pasaje sugiere que se trata de Samuel, especialmente en el hecho de que Samuel reitera lo que ya ha dicho a Saúl y en el hecho de que profetiza correctamente que Saúl morirá con sus hijos al día siguiente.
No cabe duda de que se trata de una circunstancia extraordinaria el hecho de que Samuel surja de entre los muertos para profetizar a Saúl, pero debemos señalar que esta experiencia no le sirve realmente de nada a Saúl. El problema de Saúl es que quiere el tipo de conocimiento que pueda blandir como un arma, algún conocimiento que le permita navegar por su vida y salir del otro lado con éxito, riqueza, fama y gloria.
Pero Dios no nos da su palabra para eso. Dios nos da su palabra para enseñarnos que sólo Él es Dios y que no tenemos esperanza fuera de Él. Saúl, sin embargo, ha tenido la costumbre de desobedecer la palabra de Jehová desde el principio de su reinado, especialmente en dos momentos críticos: primero, al ofrecer un sacrificio en lugar de esperar a Samuel (1 Sam. 13) y, segundo, al no dedicar a todos los amalecitas a la destrucción, como Dios le había ordenado (1 Sam. 15).
Incluso ahora, Saúl no se arrepiente ni busca el perdón de Dios, porque realmente no le importa lo que Dios está diciendo a través de Samuel. Parte de la función de esta historia es demostrar la perfecta justicia de Dios al arrebatarle el reino a Saúl, porque vemos que Saúl no tiene ningún deseo de arrepentirse de sus pecados, de buscar el perdón de Dios o de guardar los mandamientos de Dios, ni siquiera cuando Dios trae de vuelta a un profeta de entre los muertos.
Esta es la pregunta que nos plantea este pasaje: ¿Realmente queremos escuchar lo que Dios tiene que decir? Si es así, nos dedicaremos a estudiar su palabra, porque eso es lo que nos ha dicho. Nuestro deseo de oír alguna palabra adicional del Señor no es señal de nuestra devoción, sino de la dureza de nuestro corazón, que muestra que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para beneficiarnos a nosotros mismos, en lugar de escuchar la palabra de Dios.
Así que, sigamos esforzándonos por amar la palabra de Dios, y arrepintámonos de cualquier momento en que, como Saúl, hayamos buscado conocimiento para nuestro beneficio personal y no para la gloria de Dios en Jesucristo.