Lecturas Bíblicas: Día 270
2 Samuel 23 | Gálatas 3 | Ezequiel 30 | Salmos 78:38–72
Las últimas palabras de David en 2 Samuel 23:1-7 son breves, pero merecen un estudio detenido. En este breve discurso, David nos ofrece un resumen de sus reflexiones sobre su reinado o, para ser más precisos, las reflexiones de Jehová sobre el liderazgo que David profetiza. Con ello, describe el propósito máximo para el que Jehová ungió a los reyes de Israel: para construir el reino de Dios en esta tierra bajo el supremo rey davídico.
En primer lugar, David comienza su discurso final recordando que lo que dice no son sus reflexiones personales sobre la vida, sino profecías de Dios (2 Sam. 23:1). Además, insiste: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, Y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, Me habló la Roca de Israel…” (2 Sam. 23:2-3). El liderazgo de David es significativo porque David habla las palabras de Dios mismo.
En segundo lugar, después de establecer que estas palabras son oráculos proféticos de Dios, David habla en general del propósito de los reyes, que es gobernar con justicia. Dios pretende que nuestros líderes difundan la justicia y la rectitud como un don de la gracia común por todo el mundo, de modo que un gobernante justo “será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra” (2 Sam. 23:4), además de apartar a los malvados de hacer daño (2 Sam. 23:6-7). Para aquellos de ustedes que tienen autoridad sobre otros, ¿ven su autoridad en términos de su poder o en términos de la bendición que Dios les ha llamado a ser?
En tercer lugar, David reconoce que su reinado ha servido a un propósito mayor y eterno. Pregunta: “No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y será guardado, aunque todavía no haga él florecer toda mi salvación y mi deseo.” (2 Sam. 23:5). Mediante el pacto eterno que había jurado a David en 2 Samuel 7, Jehová estaba preparando y ordenando el mundo para la venida del más grande descendiente de David, el Señor Jesucristo.
Por medio de Jesús, Dios nos habló con firmeza (Heb. 1:1-4), revelando la plenitud de sí mismo a través del Verbo de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:14). Por medio de Jesús, Dios restablecerá la justicia, y no sólo durante una vida, sino por el resto de la eternidad. Jesús será el gobernante justo cuya justicia brilla como el sol y alimenta como la lluvia. Jesús, sin embargo, también irá tan lejos como para rehacer la creación misma para sanar la ruptura del mundo para que podamos morar aquí con Dios por toda la eternidad. No pongas tu esperanza en David, sino en el Hijo de David, que vendrá de nuevo a salvarte en el último día.