Lecturas Bíblicas: Día 254
2 Samuel 6 | 1 Corintios 16 | Ezequiel 14 | Salmos 55
En 2 Samuel 6, leemos uno de los primeros relatos que describen explícitamente el culto a Jehová desde los tiempos del Deuteronomio. David, el rey ungido según el corazón de Dios que reina sobre Israel, lleva aquí el arca de Dios a Jerusalén. Cuando Israel salió de Egipto, Jehová guiaba a su pueblo en una columna de nube durante el día y en una columna de fuego por la noche, y luego, una vez construido el tabernáculo, Jehová habitaba en medio de su pueblo en el tabernáculo. Ahora, sin embargo, la morada de Jehová con su pueblo se establecería en un solo lugar: en el monte Sión, en la Ciudad de David. Para establecer Jerusalén como el lugar donde Jehová haría morar su nombre (Dt. 12:1-28), Jehová restableció dos de las directrices de su culto.
En primer lugar, con la muerte de Uza (2 Sam. 6:5-11), Jehová recuerda a su pueblo que él es santo y que su pueblo no puede rendirle culto de la manera que le parezca. Por el contrario, deben observar todos los mandamientos y estatutos que les había dado por medio de Moisés, incluido el mandamiento de que sólo los sacerdotes debían transportar el arca del pacto y que debían usar las varas diseñadas para ese fin y no un carruaje. Aunque parezca que Uza tiene nobles intenciones al tratar de evitar que el arca del pacto sufra daños o perjuicios, al hacer caso omiso del mandamiento de Jehová, en el fondo ofende la santidad de Jehová cuando la toca.
En segundo lugar, al cerrar el vientre de Mical (2 Sam. 6:16-23), Jehová recuerda a su pueblo que su gloria es infinitamente superior incluso a la de los reyes de Israel. En última instancia, la ofensa de Mical ante las danzas de alegría de David cuando el arca de Jehová entra en la ciudad se debe a que a ella no le importa tanto la gloria de Jehová como la dignidad de su marido, el rey de Israel. Por eso, David le señala que su padre, Saúl, se había preocupado por su propia dignidad. Además, David le recuerda a Mical que Jehová había rechazado a Saúl en favor de él precisamente porque David, a diferencia de Saúl, se preocupaba más por la gloria de Jehová que por la suya propia (2 Sam. 6:21-22).
En nuestra propia adoración, por tanto, debemos tomarnos en serio la letal santidad de Jehová y, al mismo tiempo, abandonar nuestra dignidad para regocijarnos en el Señor, sobre todo porque tenemos una palabra mejor que la que tenía David cuando llevó el arca a Jerusalén. La buena noticia del Evangelio es que Jesucristo mismo ha sido abatido, como Uza, por todas las formas en que nosotros hemos maltratado la santidad de Jehová. Puesto que Jesús fue a juicio por nosotros, nosotros no estamos en juicio, y podemos alegrarnos, habiendo sido nombrados hijos e hijas del Dios Altísimo que mora en medio de nosotros por medio de su Espíritu Santo.
¡Venid, adoremos al Señor!