Lecturas Bíblicas: Día 255
2 Samuel 7 | 2 Corintios 1 | Ezequiel 15 | Salmos 56–57
En 2 Samuel 7, David le pregunta a Natán si debe construir un templo permanente para Jehová. David hace referencia a su propia casa construida con cedro macizo y la compara con la morada transitoria de Jehová en la tienda del tabernáculo (2 Samuel 7:1-2). Jehová se apresura a aclarar este asunto, insistiendo en que no necesita una casa de cedro (2 Sam. 7:5-7).
Pero entonces, Jehová da la vuelta a la discusión. David no construirá a Jehová una casa de cedro, sino que éste le promete construirle una casa, es decir, una casa en el sentido de una familia (2 S. 7:11). Concretamente, Jehová promete establecer para siempre el reino de Israel por medio de la descendencia de David (2 Sam. 7:12). Se trata de una promesa increíble, ya que anteriormente Jehová había jurado que la descendencia de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente (Gn 3:15) y que por medio de la descendencia de Abraham bendeciría a todas las familias de la tierra (Gn 12:1-3, 7). Aquí, Jehová especifica la identidad de este vástago que salvaría al mundo: sería el hijo de David.
Y más aún, Jehová promete adoptar al hijo de David como hijo propio (2 S. 7:14) para que el trono de este hijo de David/hijo de Dios quede establecido para siempre (2 S. 7:16). Jehová jura no tratar al hijo de David como había tratado a Saúl, rechazando la casa de David cuando el descendiente de David peque, sino disciplinarlo con vara y con azotes, es decir, golpeándolo. A pesar de todo, Jehová nunca retirará su amor inquebrantable de la descendencia de David (2 Sam. 7:14-15).
En última instancia, Jehová cumpliría cada parte de esta promesa, y más. Jehová no se limitó a adoptar a uno de los descendientes de David, sino que envió a su Hijo unigénito y eternamente engendrado al mundo para que naciera en la casa de David. Luego, este Hijo mayor de David (que es por naturaleza el Hijo de Dios) fue disciplinado con vara de hombre y con azotes de hijo de hombre, no por su propia desobediencia, sino por la desobediencia de todos los hijos de David que le habían precedido. Pero entonces Jehová resucitó a su Hijo de entre los muertos, declarando a Jesús Hijo de Dios por su resurrección de entre los muertos (Rom 1:4) y exaltándolo como rey para siempre para reinar en el trono de David.
Y todo esto lo hizo por nosotros, aplastando la cabeza de la serpiente y bendiciendo a todas las familias de la tierra en su vida, muerte y resurrección. Alabado sea Jesús: él, la Raíz de David, ha vencido, por lo que es digno de toda alabanza, honor y gloria ahora y siempre (Ap. 5:5-14).