Lecturas Bíblicas: Día 280
1 Reyes 10 | Filipenses 1 | Ezequiel 40 | Salmos 91
La gloria de Salomón como rey de Israel alcanza su apogeo en 1 Reyes 10. Leemos un primer informe de la gran sabiduría, riqueza y fama de Salomón en 1 Reyes 4, pero encontramos un inventario más completo en este capítulo. Principalmente, estas descripciones de la edad de oro de Israel bajo Salomón logran dos cosas: (1) proporcionan una sombra de la gloria del reino más grande de Cristo, como discutimos en nuestra meditación para 1 Reyes 4-5, y (2) proporcionan algunas pistas de por qué nada menos que la venida de Jesús a este mundo podría marcar el comienzo de ese reino más grande.
Parte de la función de incluir la historia de la reina de Sabá en 1 Reyes 10 es subrayar que las descripciones del reino de Salomón están muy lejos de reflejar toda la gloria de su reino. Los hallazgos independientes de la reina de Saba ayudan a disipar nuestro escepticismo: “Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad” (1 Re 10,6-7).
De la misma manera, nuestra imaginación es demasiado débil para comprender las riquezas de gloria que obtendremos en el reino de Jesucristo. En 1 Corintios 2:9-10, Pablo escribe lo siguiente: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu.“. El Espíritu Santo, que escudriña las profundidades de Dios, comienza a revelar un atisbo de la gloria que ha de ser revelada, y en aquel día, cuando Jesucristo regrese, todo lo que podremos decir será: “He aquí que no se me dijo ni la mitad.“
Pero si las cosas iban tan bien durante los días de Salomón, ¿por qué el propio Salomón dejó de adorar a Jehová, como leeremos mañana en 1 Reyes 11? Lo que aprendemos de esta historia es que ninguna cantidad de sabiduría, éxito, riqueza y prosperidad puede proporcionarnos satisfacción fuera de Cristo. A medida que Salomón disfrutaba más y más de sus vastas posesiones, su corazón se alejaba de disfrutar en primer lugar del Dador de estos buenos dones.
Salomón constituye una advertencia para que guardemos nuestros corazones de ser atraídos por cualquier tesoro que podamos encontrar en esta vida. Para ello, necesitamos orar para que el Espíritu de Dios no sólo contenga nuestros corazones de la avaricia, sino también para que nos enseñe cuánto mejor es Jesús que las riquezas que podamos acumular. Porque, en palabras de Jesús, “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?“. (Marcos 8:36).