MINISTROS DE MISERICORDIA

Servicio

Hace algunos días, de manera casual e informal hice una referencia a la labor del diaconado en la iglesia como “el trabajo sucio”. Quizás tratando de dar a entender, con buena intención, que la labor del diaconado no es sencilla ni debe ser menospreciada, creo que no pude haber elegido una peor manera para describirlo. Este servicio a la iglesia tiene todo que ver con el ministerio terrenal del Señor Jesucristo y nada que ver con un trabajo que sea odioso; por el contrario, surge de la entraña misma del evangelio y de un mandato repetido en las escrituras de velar por los más necesitados.

La primera mención de este oficio que vemos en las escrituras data de Hechos 6, luego Pablo hará mención de esto, como algo natural en la conformación de la iglesia en Filipos, al incluirlos en el saludo junto con los obispos, y en 1 Timoteo 3: 8-13 hace toda una recomendación sobre los requisitos de la persona que vaya a ejercer este rol. De modo que no nos hemos sacado un rol de debajo de la manga, sino que siguiendo la enseñanza de los apóstoles, la iglesia históricamente ha tenido ancianos y diáconos.

COMO CRISTO

Y decimos que son ministros de misericordia porque en la misma circunstancia que origina el fundamento del oficio yace una necesidad tangible en la nueva iglesia; la repartición diaria de las viudas de los griegos. No es cosa menor que deba existir en la iglesia personas con la habilidad y disposición de servir como Cristo sirvió a la iglesia; lo que usualmente se menosprecia viene a ser una labor altamente necesaria, pues entre otras cosas se trata de modelar a Cristo en medio de la congregación de una manera práctica.

Nuestro Señor Jesús servía en medio de una comunidad con muchas necesidades, y siempre estuvo dispuesto a ayudar, sanando enfermos, alimentando multitudes y enseñando. Cristo dejó el modelo del diácono en su expresión más alta e inalcanzable por nosotros al entregarse a sí mismo por amor a nosotros.  No llegaremos a esta demostración del más alto amor, pero ciertamente el diácono, (y en general todo creyente), está llamado a ocuparse en servir a los demás más que en ser servido por otros, y tanto más si este hermano al que servimos está en una necesidad.

Jonathan Edwards, (1703 – 1758), escribió: “No conozco ningún deber que sea de tanta importancia, insistencia y urgencia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, como la obligación de ayudarle al pobre”. No solamente este es un deber de un grupo exclusivo en la iglesia, sino que debe ser una meta misma de la iglesia, atender las necesidades de los más necesitados.

PRESERVANDO LA UNIDAD

Ahora bien, un examen a fondo de las circunstancias en Hechos 6, revelará que la labor endilgada a los 7, no fue meramente servir la mesa a las viudas para que los apóstoles pudieran dedicarse a la palabra y la oración, sino que además previno una ruptura fuerte en la iglesia primitiva, observe con atención lo que dice la escritura:

En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria.

Hechos 6:1

La misión de los 7 varones escogidos iba mucho más allá de lo evidente. Su correcto actuar iba a detener la murmuración que había comenzado entre hermanos en la misma congregación, y es fácil deducir que, de no haber actuado con rapidez en esta elección, los apóstoles hubieran tenido que lidiar con una iglesia dividida. La importancia del diácono es tal que su labor reafirma la unidad en la iglesia.

Por ello creo, en términos muy generales que, si una iglesia es sana y crece sin diáconos formalmente, es porque esta labor de servicio está siendo cubierta por alguien de manera informal, el problema viene a ser que en la gran mayoría de casos quien cubre estas labores en el pastor mismo llevándolo a la sobrecarga y al agobio.

Dios ha dado a los diáconos un ministerio maravilloso de misericordia y amor para los necesitados. De hecho, los diáconos deben imitar el ejemplo de nuestro Señor de servicio humilde y devoto a los necesitados. Nuestro señor aprecia el trabajo de los diáconos, porque es esencial para la vida y el testimonio de la iglesia de Dios y hay una hermosa palabra para quienes ejerzan esta labor con fidelidad:

Porque los que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús.

1 Timoteo 3:13

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