Quizás, uno de los pocos aciertos de la cinematografía estadounidense de este siglo ha sido la puesta en escena de “La tormenta perfecta”: una película basada en la novela del mismo nombre de Sebastian Junger.
De manera resumida, la historia narra la tragedia acaecida a la tripulación del buque de pesca Andrea Gail en octubre de 1991, en aguas del Atlántico, frente a las costas de Massachusetts.
Pese a que el informe meteorológico de la época señalaba que dos poderosos frentes –uno frío, procedente del noreste de Canadá, y el Huracán Grace, impulsado desde el Golfo de México- interactuaban con sincronía para dar origen a una supertormenta, no se tomaron las medidas necesarias para reducir sus efectos.
De manera análoga ha sucedido con la humanidad desde que Adam decidió escuchar la voz de la serpiente. Como fruto de esto, y de la entrada del pecado al mundo, las cosas se alinearon en favor de una gran tempestad.
La rebelión contra Dios desató una serie de fuerzas que condujeron a la caída del hombre, por lo que, desde ese instante, el género humano vive enemistado con el creador y alejado de su presencia, víctima del propio engaño.
EN NUESTROS DÍAS
Las nuevas generaciones sufren también el embate de fuerzas poderosas, semejantes a las que azotaron a los primeros padres en el Edén, a los hijos de Israel en Egipto y Asiria o a los judíos cautivos en Babilonia en la época de Jeremías. Por amor a las cosas del mundo terminan siendo esclavos de los reyes de la tierra, del pecado y de la falsa religión.
La corrupción de la que hacen alarde las comunidades civilizadas del presente solo es comparable con los fallos de Caín, la arrogancia de Nimrod, la perversidad de Sodoma y Gomorra, la idolatría de las tribus cananeas, la rebeldía de Israel en la época de los jueces y la monarquía o con la brutalidad exhibida en el entorno de los grandes imperios de la tierra.
Y es que, mientras se lideran campañas en contra de la pena capital, la destrucción del medio ambiente y el maltrato animal, por un lado, por otro, se legisla en favor del aborto. De igual manera, cuando a viva voz se reclama justicia, trato justo y tolerancia para algunas minorías, se restringen duramente los derechos de otras.
Tristemente, ha de decirse que estamos en medio de una sociedad hipócrita que a lo malo dice bueno y a lo bueno malo (Isaías 5:20). Sin duda, Dios ha sido excluido de todo.
En medio de esta borrasca, el humanismo pisotea las enseñanzas de Dios y crea sus propios ídolos, sustentado en planteamientos decadentes que buscan borrar todo vestigio de la verdad y aniquilar al remanente escogido.
La buena noticia es que, aunque la imponente columna de agua golpea la nave con fuerza, el Señor siempre está atento a revertir la desgracia del pueblo infiel cuando este decide humillarse delante de un Dios amoroso que busca el bien de sus escogidos.
Si bien muchos han caído víctimas de la tormenta generada por el maligno, no tiene que ser así para todos. Pues, el plan perfecto de Dios incluye una salida,
Cristo Jesús.