Lecturas Bíblicas: Día 149
Deuteronomio 2 | Salmos 83–84 | Isaías 30 | Judas 1
Como comentamos ayer, Deuteronomio nos ofrece el último sermón de Moisés antes de su muerte. Puede parecer extraño, entonces, que este libro, la “segunda ley“, no comience con la ley en absoluto. En su lugar, comienza con un largo recuento de la historia de Israel, desde el momento en que Israel abandonó el monte Sinaí en la tierra de Horeb (Dt 1:6). Luego, Moisés vuelve a contar la historia de la negativa de Israel a entrar en la Tierra Prometida (Dt 1:19-46), sus andanzas por el desierto (Dt 2:1-25) y sus victorias sobre el rey Sehón (Dt 2:26-37) y el rey Og (Dt 3:1-22). Por último, Moisés relata su propia y desesperada plegaria pidiendo misericordia para entrar en la Tierra Prometida (Dt. 3:23-29), que analizaremos con más detalle en la meditación de mañana.
Entonces, ¿por qué Moisés empezaría con una historia? Si se trata de una exhortación al pueblo de Israel para que cumpla la ley, ¿por qué no pasar inmediatamente a los Diez Mandamientos, que no aparecen hasta Deuteronomio 5? Para empezar, estos relatos nos recuerdan una vez más que la relación de Jehová con Israel comienza con la gracia, no con la ley. Jehová no ofreció la ley como un medio para que su pueblo obtuviera su favor, como si la ley fuera un examen de calificación. Por el contrario, desde el principio Jehová había elegido específicamente a Abraham de entre todos los pueblos sobre la faz de la tierra, y había redimido a la descendencia de Abraham de su esclavitud en Egipto.
Los relatos que vemos aquí, por tanto, subrayan el hecho de que Jehová ha seguido siendo fiel a su pueblo, incluso durante su estancia en el desierto. El primer relato que encontramos nos habla de la falta de confianza de Israel en Jehová para entrar en la Tierra Prometida y del castigo de Jehová por su pecado al condenar a esa generación a morir en el desierto. Sin embargo, Moisés recuerda a Israel que Jehová cubrió todas sus necesidades, por lo que “nada les faltó” (Dt 2:7). Además, Moisés les recuerda las grandes victorias militares que Jehová les concedió sobre los reyes Sehón y Og, gracias a las cuales Israel recibió las primicias de su herencia en la tierra al este del Jordán.1
Aunque a primera vista Deuteronomio parece ser la “segunda ley” para Israel, no nos confundamos: Deuteronomio trata de la gracia de Jehová para con su pueblo. Jehová no llama a su pueblo para que sea su capataz, sino su Dios, e incluso su esposo. En la ley, más bien, Jehová revela con gracia lo que quiere de su pueblo: que lo amen con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, y que amen a su prójimo como a sí mismos.
Del mismo modo, Jesús exige que obedezcamos sus mandamientos (p. ej., Juan 14:15), pero da sus mandamientos a quienes ya ha elegido en amor (Juan 15:16). La gracia de Dios trasciende la ley, discurriendo por detrás, por delante, por debajo y por encima de ella.
Notas al pie