Lecturas Bíblicas: Día 147
Números 36 | Salmos 80 | Isaías 28 | 2 Juan 1
Números 36 continúa la historia que leímos en Números 27, cuando las hijas de Zelofehad pidieron a Moisés recibir la herencia que había pertenecido a su padre, ya que éste había muerto sin un heredero varón que continuara con el lugar de la familia en Israel. Parece que, con el paso del tiempo, el pueblo descubrió otro tecnicismo que afectaba a la posesión a largo plazo de la tierra dentro de la media tribu de Manasés.
La cuestión es la siguiente: aunque Jehová ordenó que las hijas de Zelofehad poseyeran la herencia de su padre en ausencia de un heredero varón (Núm. 27:5-11), los jefes de Manasés se dieron cuenta de que si las hijas de Zelofehad se casaban con hombres de otras tribus, su herencia pasaría legítima y permanentemente a esas tribus. Además, durante el Año del Jubileo, su herencia sería restituida a esas otras tribus, ya que el jubileo sólo restituía la propiedad que había sido vendida temporalmente para pagar deudas (Núm. 36:1-4).
Para resolver esta cuestión, Jehová ofreció una solución bastante sencilla: las hijas de Zelofehad podían casarse con quien quisieran, siempre que esos hombres fueran del mismo clan (Núm. 36:5-8). De ese modo, su herencia permanecería dentro del clan, en lugar de pasar a otra tribu.
En estos últimos capítulos del libro de Números, hemos leído múltiples relatos sobre los preparativos que Moisés llevó a cabo con Israel para prepararlos para reclamar su herencia. ¿Por qué el tema de la herencia era tan importante como para requerir tanto espacio en las Escrituras? ¿Y por qué esta historia es la última palabra en todo el libro de Números?
En pocas palabras, la herencia que Jehová daba a su pueblo era el medio por el cual se daría a sí mismo. La Tierra Prometida era el lugar donde Jehová moraría con su pueblo, de modo que la tierra era el medio por el cual Israel sería el pueblo de Jehová y Jehová sería el Dios de Israel.
Por la misma razón, la última palabra del Nuevo Testamento es la historia de la nueva Jerusalén en la que moraremos con Dios en Apocalipsis 21-22. Lo importante de esos pasajes no son las joyas preciosas con las que Dios construirá su ciudad santa, sino el hecho de que, como anuncia la fuerte voz del trono: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.” (Ap. 21:3).
Cristiano, por extrañas que te parezcan estas discusiones sobre las particularidades de la herencia dentro de los clanes de Israel, presta atención y no pierdas de vista el punto: ésta es tu esperanza. Te espera la herencia de Cristo para que habites con él para siempre, y “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús.“(Ap. 22:20).