Lecturas Bíblicas: Día 146
Números 35 | Salmos 79 | Isaías 27 | 1 Juan 5
En Números 35, Jehová establece un plan para crear ciudades de refugio, seis de las cuarenta y ocho ciudades que habitarían los levitas (Núm. 35:6-7). Estas ciudades de refugio eran un lugar para que una persona huyera hasta que pudiera ser juzgada si causaba la muerte de otra persona involuntariamente (Núm. 35:11-12).
En aquellos días, el pariente más cercano de una víctima de asesinato vengaría la muerte de su pariente. Así, en los casos en que alguien mataba a otra persona con una piedra, hierro o herramienta de madera, o cuando esa persona había estado al acecho para atacar a su enemigo, esa persona era considerada un asesino, y el castigo apropiado por asesinato era la pena de muerte (Núm. 35:16-21). Tal asesino había atacado a un ser humano hecho a imagen de Dios, y la ley exigía la pena de muerte para los asesinos desde el pacto con Noé (Gn. 9:5-6). No se permitía ningún rescate para detener la ejecución del asesino, ya que derramar sangre humana mediante el asesinato profanaba la tierra santa que Jehová estaba dando a su pueblo (Núm. 35:30-34).
Pero había otros casos en los que alguien causaba accidentalmente la muerte de otro, ya fuera golpeándolo de una manera que normalmente no causaría la muerte y sin estar al acecho (Núm. 35:22-23) o, por ejemplo, dejando caer algo sin ver a la otra persona (Núm. 35:23). En esos casos, el homicida podía huir a la ciudad de refugio y recibir la protección de los levitas contra el vengador de la sangre. Pero incluso si el homicida era declarado inocente de asesinato en su juicio por la congregación de Israel, permanecería en la ciudad de refugio todos los días de su vida hasta la muerte del sumo sacerdote (Núm. 35:25). Si el vengador de la sangre descubría al homicida fuera de los muros de la ciudad de refugio antes de que el sumo sacerdote hubiera muerto, el vengador podía ejecutar al homicida sin culpa (Núm. 35:27).
Esta disposición tenía obviamente una finalidad práctica en la nación de Israel, pero también prefiguraba la razón por la que Jesús tenía que morir. Jesús enseñó que cualquiera que se haya enojado con su hermano en su corazón es culpable de asesinato (Mt. 5:21-22), de modo que ni uno solo de nosotros es inocente de sangre, y nuestro vengador de sangre no es otro que Jehová mismo.
Pero en lugar de perseguir nuestra muerte, Jehová envió bondadosamente a su propio Hijo para que fuera nuestro gran Sumo Sacerdote, cuya muerte significó que pudiéramos salir libres, sin temor a la ira de Jehová contra nosotros. El Evangelio es, ante todo, la historia de cómo Jesús agotó la ira de su Padre contra los pecadores malvados como tú y como yo, haciendo la paz para nosotros mediante su muerte en la cruz. Alégrate: puedes irte libre, porque tu sumo sacerdote ha muerto por ti.