Lecturas Bíblicas: Día 131
Números 20 | Salmos 58–59 | Isaías 9 | Santiago 3
Sólo hacen falta cuatro versículos aquí en Números 20 para descalificar al gran Moisés de entrar en la Tierra Prometida. No es que hubiera nada de malo en que Moisés golpeara la roca con su vara para hacer brotar agua, ya que lo había hecho anteriormente en estricta conformidad con el propio mandamiento de Dios en Éxodo 17:1-7.
Pero esta vez fue diferente. No sabemos qué provocó su frustración, pero Moisés y Aarón se levantan para desafiar al pueblo de Israel, diciendo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?“. (Núm. 20:10). En un momento de ira ardiente, Moisés y Aarón robaron la gloria a Jehová como el Dios santo que daba de beber agua a su pueblo. Los dos dijeron esencialmente: “¡Ingratos! ¿No reconocéis lo mucho que os hemos dado estos largos años?“. Y en respuesta, Jehová juró que Moisés y Aarón nunca entrarían en la Tierra Prometida por lo que habían hecho.
Al reflexionar sobre esta historia, lo primero que debemos recordar es que debemos orar por nuestros líderes espirituales. No pasemos por alto demasiado pronto la paciencia de Moisés a lo largo de su liderazgo en Israel por el desierto, a pesar de sus muchas quejas y ataques personales contra él a lo largo del camino. Hasta ese momento, a pesar de todo lo que Moisés había sufrido, nunca había dejado de defender a Jehová como santo. Del mismo modo, nuestros pastores, ancianos y diáconos llevan una pesada carga, y sin embargo trabajan desinteresadamente durante años para presentarnos completos en Cristo en el último día. Sin embargo, un ministerio largo y fiel puede caer en pedazos en un solo momento pecaminoso. Oremos para que Dios conceda a nuestros líderes la gracia de no tropezar como Moisés.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que ni siquiera Moisés escapó al juicio por profanar la santidad de Jehová. Moisés no era una parte indispensable del plan de Dios para este mundo, y si él no lo era, entonces tú y yo deberíamos reconocer que tampoco lo somos. Dios sabe todo lo que hacemos -especialmente si nos ha concedido posiciones de liderazgo- y su juicio vendrá seguramente para aquellos que no se arrepientan.
Pero, por último, no debemos pasar por alto el destello de luz evangélica que brilla en esta historia. Moisés selló su destino golpeando la roca para que brotara agua, pero Pablo nos dice que Jesús era la Roca (1 Cor. 10:4). Juan, por su parte, da testimonio de que, cuando Jesús fue golpeado mientras estaba en la cruz, brotó agua de su costado junto con su sangre (Juan 19:31-37).
Puesto que Jesús ha triunfado en última instancia, nosotros no podemos fracasar, porque Dios acredita la justicia de su Cristo a la cuenta de todos los que creen en él. Por lo tanto, los que confían en Cristo nunca serán excluidos de la tierra prometida definitiva, es decir, la Nueva Jerusalén que descenderá del cielo en el último día (Ap. 21).