Lecturas Bíblicas: Día 68
Éxodo 20 | Lucas 23 | Job 38 | 2 Corintios 8
Cuando un abogado preguntó a Jesús cuál era el mayor mandamiento, Jesús respondió citando Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18, explicando que el mayor mandamiento es amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas y que el segundo mayor mandamiento es amar a tu prójimo como a ti mismo. Luego dijo: “De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt. 22:40).
Lo que eso significa es que esos dos mandamientos -que debemos amar a Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos- resumen los Diez Mandamientos. Los primeros cuatro mandamientos nos enseñan cómo amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, mientras que los últimos seis mandamientos nos enseñan cómo amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Todo el resto de la ley en Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, entonces, es esencialmente un comentario no sólo sobre los Diez Mandamientos, sino también sobre esos dos mandamientos de amar a Dios y amar a nuestro prójimo.
Ahora bien, no es que la ley del Antiguo Testamento detalle completamente cada una de nuestras obligaciones ante Dios. De hecho, muchas de las leyes no funcionan como definiciones precisas y exhaustivas de cómo debemos amar a Dios y a nuestro prójimo, sino como jurisprudencia ejemplar, que nos ofrece casos concretos para que podamos comprender los principios en los que se basa el modo en que Dios quiere que vivamos.1 Aunque no disponemos de suficientes leyes para cubrir expresamente todas las situaciones posibles que puedan surgir en nuestra vida, podemos confiar en que hemos recibido todo lo necesario para la vida y la piedad (2 Pe. 1:3). En la ley, Dios nos da una visión de su propia santidad, así como una descripción de la santidad que nos llama a perseguir.
Pero como dijimos en la meditación de ayer, es muy importante ver que la ley no es el fundamento de la relación de Jehová con su pueblo. Antes de describir una sola ley -incluso antes de insistir en que Israel no tenga otro dios ante él-, Jehová recuerda a Israel que es su pueblo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud” (Ex 20:2).
Como cristianos, no tratamos de cumplir la ley para ganarnos la gracia de Dios, sino como respuesta a la gracia de Dios. Para el cristiano, la ley no es el medio por el cual nos ganamos el favor de Dios: Cristo, mediante su muerte y resurrección, es la razón por la que somos aceptables a Dios. Nos salvamos por la gracia mediante la fe, no por las obras (Ef. 2:8).
Así pues, la ley representa aquello para lo que fuimos salvados: las buenas obras “que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). Fuimos creados -y fuimos salvados- para amar a Dios y amar a nuestro prójimo, tal como Dios nos lo ha mandado.
Notas al pie
- Douglas K. Stuart, Exodus, TNAC, vol. 2 (Nashville: Broadman and Holman, 2006), 442–45. ↩︎