Lecturas Bíblicas: Día 80
Éxodo 32 | Juan 11 | Proverbios 8 | Efesios 1
Éxodo 32 incluye uno de los relatos más famosos -y más trágicos- de la historia de Israel, la escena en la que el pueblo de Dios se fabrica un becerro de oro para adorarlo mientras Moisés recibe la ley de Jehová en la cima del monte Sinaí.
Para comprender todo el significado de esta historia, debemos reconocer que, técnicamente, Aarón no anima al pueblo de Israel a adorar a dioses diferentes. Más bien, después de moldear el oro fundido en la imagen de un becerro, identifica al becerro como “tus dioses, oh Israel, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Ex. 32:4). Y luego se le ocurrió proclamar: “Mañana será fiesta para Jehová” (Éx. 32:5).
El becerro de oro, por tanto, no se entendía como un dios diferente al que Israel pudiera adorar. Más bien, se suponía que el becerro era una representación física de Jehová, a pesar de que Él había prohibido explícitamente a Israel hacer cualquier escultura que lo representara (Ex. 20:4-6). Así pues, Jehová le dice a Moisés que lo deje para que pueda consumir a Israel en su ira y luego fundar una nueva nación a partir de Moisés solo (Ex. 32:10).
Moisés, por su parte, se levanta para desempeñar el papel de fiel mediador entre Jehová y su pueblo. Le suplica que evite la burla de los egipcios (Éx. 32:11-12) y que recuerde el pacto que había jurado a Abraham, Isaac e Israel de multiplicar y bendecir a Israel para siempre (Éx. 32:13). Aun así, Jehová encarga a los levitas que maten a unos tres mil israelitas por sus pecados (Éx. 32:25-29) y envía una plaga sobre Israel (Éx. 32:35), pero se abstiene de destruirlo por completo (Éx. 32:14).
Esta historia debería servirnos de dura advertencia contra nuestros propios deseos orgullosos de adorar a Jehová a nuestra manera. Cada vez que decimos cosas como “Jesús sólo quiere que yo sea feliz” o “Jesús es todo gracia; a él no le importa realmente este o aquel pecado en mi vida“, estamos creando para nosotros mismos un falso dios al que adorar, como hicieron los israelitas con el becerro de oro. Llamar a este dios Jesús no mejora la idolatría, sino que la empeora.
La realidad, sin embargo, es que todos nos hacemos falsas imágenes de Dios, tanto en lo grande como en lo pequeño. Por lo tanto, necesitamos un mediador más grande que Moisés. El Evangelio, pues, es que Jesucristo no convenció a Dios de que no nos destruyera, sino que se sometió a la muerte en nuestro lugar, tomando sobre sí las plagas de la ira de Dios por nuestro pecado. Al hacerlo, Jesús se convirtió en nuestro gran Mediador, interponiéndose entre Dios y nosotros, y asegurando una redención eterna mediante su muerte y resurrección.
¿Cómo deberían influir la realidad de nuestra idolatría y la mediación de Jesús en nuestra manera de acercarnos a Dios y adorarlo?