Lecturas Bíblicas: Día 75
Éxodo 27 | Juan 6 | Proverbios 3 | Gálatas 2
A pesar de que a los israelitas normales no se les permitía entrar en los lugares santos, se suponía que el tabernáculo era el lugar donde Jehová habitaba en medio de todo su pueblo. Por eso, en Éxodo 27, Jehová dispuso que su pueblo se acercara a su tabernáculo de una manera muy específica: los israelitas llevarían sacrificios al tabernáculo para ofrecerlos en el altar de bronce situado en el atrio del tabernáculo, fuera de los lugares santos.
El atrio se construyó para acomodar a cientos de adoradores que se agolpaban para ofrecer sus sacrificios, tanto por el tamaño como por la relativa santidad de la zona.1 Así pues, el atrio era más grande que los dos lugares santos, pero también estaba clasificado en un grado de santidad inferior para que los israelitas pudieran acudir con seguridad a buscar expiación por sus pecados.
Las gradaciones de santidad en todo el tabernáculo, entonces, funcionaban así: sólo el sumo sacerdote podía entrar al Lugar Santísimo y sólo una vez al año, pero todos los sacerdotes ministraban regularmente en el Lugar Santo. A todos los demás israelitas se les permitía entrar en el atrio, pero sólo para traer sus sacrificios, que los sacerdotes ofrecían en el altar de bronce.2
Parece que más tarde se añadió otra partición al templo, manteniendo a los gentiles separados más atrás de donde se permitía entrar a los judíos. Pablo se refiere a esta zona como el “la pared intermedia de separación” en Efesios 2:14, ya que esa barrera se convirtió en combustible para las hostilidades entre gentiles y judíos.3 Pero luego, Pablo explica en Efesios 2:14-16 que Jesús, con su muerte en la cruz, derribó ese muro divisorio. Jesús lo hizo, explica Pablo, para acabar con las enemistades (Ef. 2:16), pero también para predicar “la paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca” (Ef. 2:17).
Las divisiones para mantener la distancia entre los diversos grados de santidad servían a un propósito en el antiguo pacto -es decir, acercar al mayor número posible de personas a la santidad de Dios-, pero Jesús logró ese propósito en su totalidad cuando murió en la cruz. El Evangelio anuncia que Cristo ha hecho la paz en nuestro favor, tanto con el Dios santo y del fuego consumidor como con nuestros hermanos creyentes.
De hecho, Pablo termina ese pasaje de Efesios 2 explicando que todos nosotros -judíos y gentiles, santos y extranjeros- estamos siendo unidos en el nuevo templo santo de Dios, la morada de Dios en el Espíritu (Ef. 2:19-22). Lo que Dios logró en parte mediante el tabernáculo, lo ha logrado en un grado mucho mayor mediante la obra de Jesucristo.
Y un día, la necesidad del templo quedará abolida para siempre, ya que en la Nueva Jerusalén “el templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero” (Ap. 21:22). Toda distancia y división serán eliminadas, y todos moraremos juntos con Dios en perfecta santidad para siempre.
Notas al pie
- Douglas K. Stuart, Exodus, TNAC, vol. 2 (Nashville: Broadman and Holman, 2006), 597–98. ↩︎
- Para explorar este tema más a fondo, vea Philip P. Jenson, Graded Holiness: A Key to the Priestly Conception of the World, JSOTS 106 (Sheffield, UK: Sheffield Academic Press, 1992). ↩︎
- Para una exégesis más detallada de este pasaje, vea Frank Thielman, Ephesians, BECNT (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2010), 161–86. ↩︎