Lecturas Bíblicas: Día 74
Éxodo 26 | Juan 5 | Proverbios 2 | Gálatas 1
En Éxodo 26, Jehová describe los dos lugares diferentes del tabernáculo donde su santidad moraría más plenamente en la tierra: el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. Estos dos lugares estarían separados únicamente por un velo hecho de tela azul, púrpura y escarlata, con figuras de querubines bordadas cuidadosamente, y sólo el propiciatorio y el arca del pacto estarían dentro del Lugar Santísimo (Éxodo 26:33-34).
Otros muebles -los que Jehová describió en Éxodo 25 y sobre los que leeremos más en Éxodo 37- permanecerían en el Lugar Santo, justo fuera del Lugar Santísimo. Todo el tabernáculo es santo, pero aún así vemos que ciertas áreas dentro del tabernáculo son más santas que otras.
Por lo tanto, incluso a los sacerdotes que ministrarán regularmente en el Lugar Santo se les prohíbe entrar en el Lugar Santísimo. Sólo el sumo sacerdote puede entrar, e incluso él puede entrar sólo una vez al año para el Día de la Expiación (Lev. 16).
La protección de estos límites es tan importante que Jehová nombra guardias para impedir que las personas equivocadas invadan su santidad más allá de su autorización. Por eso se bordan figuras de querubines en el velo entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo, ya que fueron los querubines los que se apostaron como guardianes fuera de la entrada del Jardín del Edén después de que Adán y Eva fueran expulsados (Gen. 3:24).
En el libro de Números, también veremos que los levitas sin sacerdocio serán designados de forma similar como guardias para impedir que el resto de Israel se acerque demasiado al tabernáculo (por ejemplo, Núm. 3:5-10). De hecho, Jehová encarga solemnemente a los levitas en múltiples ocasiones que ejecuten a cualquier “extraño” -es decir, una persona no autorizada- que se acerque demasiado al tabernáculo (Núm. 1:51, 3:10, 3:38, 18:7), e incluso los levitas sin sacerdocio fueron amenazados de muerte si ellos mismos transgredían los límites de Jehová (Núm. 4:15, 19-20).
En conjunto, estas instrucciones nos ayudan a comprender la seriedad de la santidad de Dios. Jehová es un fuego consumidor (Heb. 12:29) cuya santidad nos destruiría si nos acercáramos a él sin estar limpios de las impurezas del pecado y la muerte que se aferran a nosotros en el mundo, o incluso si nos acercáramos a él sin una invitación apropiada.
El evangelio de Jesús, por tanto, anuncia una noticia sorprendentemente buena: La sangre de Cristo nos ha acercado a Dios en su santidad (Ef 2,13). Mediante el poder purificador y limpiador de la sangre de Jesús, Dios nos llama a acercarnos a Dios en el esplendor de sus lugares santos con confianza, en la plena certeza de la fe (Heb. 10:19-22).
Para quienes están cubiertos por la sangre de Jesús, la santidad de Dios ya no es una amenaza, sino la fuente de nuestra bendición, herencia y esperanza.