La obra del Espíritu Santo

Paloma representativa - Imagen tomada de Pixabay

Si bien la búsqueda del Espíritu Santo de Dios debería ser de máxima
preocupación para todo buen cristiano, su presencia en nuestras vidas
normalmente pasa desapercibida debido a que entendemos muy poco acerca de
su obra o porque quizás llegamos a estar más cerca de Simón el Mago que de
Cristo mismo (Hechos 8:9-24).
Tal como ese personaje una vez lo deseó, en ocasiones, también esperamos
recibir un poder sobrenatural que nos acerque a la estatura de un superhéroe de
tiras cómicas y no a la de uno manso como Jesús (Juan 13:12-17).
Solo importa que nos llamen profetas, apóstoles, ungidos, pero jamás siervos del
Señor, ya que el corazón corrupto anhela (por sobre todas las cosas)
reconocimiento de parte de los demás y no la sabiduría que procede de los cielos.
Echar fuera demonios, aunque no haya indicio de estos. Hacer caminar a quienes
supuestamente no pueden, atar y desatar, declarar abundancia material por
doquier, profetizar por codicia, enseñar acerca de unciones fraudulentas como las
de la risa, de la cachetada, de la harina, de la camisa, del zapato, de la cartera, de
la silla, de la vara profética y el manto de victoria, así como otras tantas que se
conciben sin mediar vergüenza, son algunas de las estrategias que utilizan los
engañadores de este tiempo.
No es un despropósito manifestar que la iglesia de los últimos tiempos (infiltrada
por las corrientes humanistas, liberales, progresistas y de la prosperidad
principalmente) está en manos de maestros que guían a la condenación antes que
a la verdad (2 Pedro 2:1-22). Es más, una gran parte de las ovejas elegidas del
Señor andan errantes y presas de las fieras del campo por falta de pastores
piadosos que las apacienten (Ezequiel 34).
La obra del Espíritu Santo no guarda relación con la verdad adulterada, sino
principalmente con el poder de Dios para transformar las mentes, los corazones y
las vidas de aquellos que clamamos a Él completamente arrepentidos de nuestra
iniquidad. Para mayor claridad, veamos el fruto de su esencia según lo expresa la
enseñanza bíblica:

VIVIFICA
A quien Dios quiere, insufla una porción de su aliento y lo trae de muerte a vida.
Sucede igual que a los huesos secos que Ezequiel predicó en nombre del Señor
(Ezequiel 37:1-10), pues únicamente Él trae a la existencia a los que una vez
estuvimos muertos a causa del pecado.
Una vez vivificados el Señor abre los oídos, adereza el corazón y coloca su
pensamiento sobre nosotros para que nos gocemos delante de su presencia, como hizo con Lidia, la vendedora de púrpura de Tiatira (Hechos 16:11-15). A partir de ahí escuchamos su voz más de cerca y empezamos a hacer su voluntad hasta llegar a ser parte del pueblo de Dios (1 Pedro 2:9).
El Espíritu Santo de Dios vivifica por medio de la palabra. El Señor, hablando
acerca de esto a la multitud que le seguía por interés, lo expresó de esta manera:
El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os
he hablado son espíritu y son vida… y nadie puede venir a mí si no le fuere dado
del Padre (Juan 6:63,65).

CONVENCE DE PECADO, DE JUSTICIA Y DE JUICIO
Luego nos enseña que la salvación (igual que la fe, el arrepentimiento o el amor)
es un regalo de Dios (Efesios 2:8-10) y no el resultado de la labor imperfecta del
ser humano. Pero, para que esto suceda, antes debe convencernos de pecado, de
justicia y de juicio; es parte de su función (Juan 16:8-11).
El Espíritu del Señor se acerca al pecador y le muestra la magnitud de su maldad
para que, arrepentido de corazón, llegue a los pies del Salvador aclamando como
lo hizo el profeta: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de
labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis
ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (Isaías 6:5).
Aunque sea difícil aceptarlo, somos pecadores. Por ello, el Espíritu actúa en la
vida del creyente para perfeccionar la obra (Filipenses 1:6), llevándonos no solo a
despreciar nuestra impiedad, sino también a someternos a la justicia de Dios que
es en Cristo Jesús (Hechos 13:38-39).

GUÍA Y ENSEÑA QUE SOMOS HIJOS DE DIOS
Aunque el Padre cede una porción de su Espíritu al creyente para que camine en
dirección a su Hijo, la mayoría termina deseando más de lo que efectivamente
conviene y caminando en sentido opuesto (Mateo 7:13-14). En otras palabras,
solo lo desean en sus vidas para invertir en vanidad, mas no como el guía que
muestra el camino correcto y enseña amar al Creador en la justa medida (Juan 4:23-24).
Lo único cierto es que por medio de Jesús y su obra redentora recibimos la guía
del Espíritu Santo y somos hechos hijos de Dios, y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con
él (Romanos 8:17). Porque todos los que son guiados por el Espíritu del Señor,
son hijos de Dios (Romanos 8:14).

PRODUCE FRUTOS DE JUSTICIA Y SANTIFICA

El Espíritu también lucha a nuestro favor para que, al soltar las cadenas de la
iniquidad, lleguemos a convertirnos en siervos de aquel que un día aceptamos
como Señor y Salvador, y todo porque a Dios le agradó unirnos a su Hijo mediante
su obra santificadora (1 Pedro 1-2), (2 Tesalonicenses 2:13).
El pecado deja de enseñorearse cuando degustamos la presencia del Consolador
en nuestras vidas, ya que su fruto es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza y contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5:22-23).
Respecto a este tema, el apóstol Pablo nos invita a vivir en el Espíritu (Gálatas
5:16-21
) y a andar conforme a su eterno poder para no dar lugar a los deseos de
la carne, porque los hijos de Dios no amamos ni practicamos el pecado como en
otro tiempo. Además, en Cristo Jesús fuimos lavados, justificados y llegamos a la
santificación (1 Corintios 6:11) mediante un único y perfecto sacrificio (Hebreos
10:1-18
).

CONSUELA
Dios nos consuela también con toda consolación en la tribulación para que en la
misma medida podamos consolar a otros, especialmente a los que sufren
angustias y persecuciones por la causa de Cristo (2 Corintios 1:3-4). Ya no somos
huérfanos ni ilegítimos, pues el Espíritu de verdad que habitaba en Jesús durante
su ministerio en la tierra ahora mora con todos los que le aman y obedecen sus
mandamientos, testificando a favor nuestro (Juan 14:21-23).
Así mismo nos guía a toda verdad (Juan 16:13), ya que el Hijo ruega al Padre para
que esto sea posible (Juan 14:16). Lo más notable de esto es que no lo
obtenemos por mérito propio, sino por gracia, porque Él mismo lo envío (Juan
16:8
).
Pablo testificó fielmente de la gracia de Dios que es en Cristo Jesús dejándose
guiar por el Espíritu del Señor hasta el fin de su existencia. Tanto que,
adelantándose a la época en que arreciaría el embate de los falsos pastores en
contra de la iglesia, no dudó en exhortar al joven Timoteo a predicar el evangelio
verdadero y a despreciar la falsedad, porque vendría un tiempo cuando no sufrirán
la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros
conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se
volverán a las fábulas (2 Timoteo 4:1-7).
El apóstol terminó la carrera ayudado por el Espíritu Santo y, por gracia, Dios lo
preservó asegurándole la presencia del consolador durante su ministerio. Así
también hace el Padre con los que aceptamos al Hijo, pues, como Jesús dijo una
vez: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no
vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré (Juan 16:7).

CONCLUSIONES

La obra del Espíritu Santo es algo que inquieta a todos en el entorno cristiano. No
porque a muchos les apasione la idea de aprender de Él, sino que en algún
momento deseamos ser un poco más semejantes a Simón el mago (Hechos 8:9-
24
) que a Cristo Jesús.
Los falsos maestros de la actualidad desean una porción del Santo Espíritu del
Señor porque desean alcanzar en la tierra la gloria que únicamente el Hijo de Dios
merece. Para ser justos, solo les interesa ser reconocidos, alabados y honrados
por encima de Jesús.
Este tipo de comportamiento demuestra que tales “apóstoles”, “profetas” y
“maestros” no tienen el Espíritu de Dios obrando en su vida realmente. Sí lo
tuvieran, vivirían para glorificar su Santo nombre y no para desear un poder
especial que induce a los demás a adorarle a ellos.
En definitiva, no es saludable ansiar la presencia del consolador para recibir los
aplausos del auditorio (vanagloria), pues la honra únicamente es para Dios. Jesús
lo expresó de esta manera: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás (Mateo
4:10
). Además, Él tiene misericordia de quien decide tener misericordia (Romanos
9:15
) y, por gracia, concede su Espíritu a quien desea dárselo.
Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios sea la gloria hoy siempre.

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