Lecturas Bíblicas: Día 169
Deuteronomio 23 | Salmos 112–113 | Isaías 50 | Apocalipsis 20
Varias de las prohibiciones de Deuteronomio 23 casi dan la impresión de que Jehová es quisquilloso con todo lo relacionado con el cuerpo humano. Por ejemplo, leemos que cualquiera que tenga los testículos aplastados o el órgano masculino cortado no puede entrar en la asamblea para adorar en el tabernáculo de Jehová (Deut. 23:1). Luego, leemos que cualquier hombre con una emisión nocturna debe permanecer fuera del campamento hasta que llegue la noche y se bañe con agua (Deut. 23:10-11) y que los israelitas debían enterrar sus excrementos fuera del campamento (Deut. 23:12-14).
Leemos la razón de esto en Deuteronomio 23:14: “porque Jehová tu Dios anda en medio de tu campamento, para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti; por tanto, tu campamento ha de ser santo, para que él no vea en ti cosa inmunda, y se vuelva de en pos de ti.” El caminar de Jehová en medio del campamento significa literalmente que Él: “camina de un lado a otro”.
El primer lugar donde vimos esta forma específica del verbo fue en Génesis 3:8: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto“. Desde que Adán y Eva pecaron, ningún ser humano había encontrado a Jehová caminando de un lado a otro, con la plenitud de su presencia libre y sin restricciones en medio de ellos. Puesto que las emisiones corporales e incluso los excrementos humanos normales contaminarían el campamento, Jehová no podía permitir que aquello habitara en el campamento de Israel, ya que recreó el Jardín del Edén para volver a morar en medio de su pueblo. Parece que el pecado ha contaminado incluso las funciones biológicas de los seres humanos, de modo que lo que había sido limpio para Adán y Eva ahora contamina la presencia de Jehová. Jehová no es quisquilloso, sino santo.
Dentro del tabernáculo, los requisitos eran aún más estrictos. Allí no se permitía ningún tipo de deformidad, de modo que aunque las personas cuyos órganos reproductores estuvieran dañados pudieran habitar dentro del campamento, no se les permitía entrar en el tabernáculo (Deut. 23:1). Además, a algunos extranjeros no se les permitía en absoluto adorar en el tabernáculo con la asamblea de Israel (Deut. 23:2-8).
Pero estas disposiciones eran siempre de carácter temporal. En Isaías 56:1-8, encontramos a Jehová anunciando específicamente que haría que los extranjeros y los eunucos (varones con órganos reproductores dañados/amputados) “se alegrasen en mi casa de oración”, y que “sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptados sobre mi altar” (Isa. 56:7). No es que Dios haya llegado a tolerar la impureza -nada impuro entrará jamás en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:27)-, sino algo mucho mejor: Dios envió a su Hijo al mundo para limpiar con su propia sangre y justicia a las personas mancilladas y quebrantadas.