Lecturas Bíblicas: Día 201
Jueces 3 | Hechos 7 | Jeremías 16 | Marcos 2
En Jueces 3:4, leemos que Jehová permitió que los cananeos y los filisteos permanecieran en la tierra “para probar a Israel, a fin de saber si Israel obedecería los mandamientos de Jehová, que él había ordenado a sus padres por medio de Moisés.” Esto no significa que Jehová no supiera en qué dirección iría Israel (veremos dos factores que nos indican esto). De hecho, este pasaje tiene mucho que decir para ayudarnos a entender mejor el significado de las pruebas de Jehová para los que vivimos hoy.
En primer lugar, Jehová no había hecho ningún esfuerzo por mantener en secreto el inevitable fracaso de Israel. Jehová le había dicho a Moisés que, después de la muerte de Moisés, “este pueblo se levantará y se prostituirá en pos de los dioses extranjeros que hay entre ellos en la tierra en la que están entrando, y me abandonarán y romperán el pacto que he hecho con ellos” (Dt. 31:16). Josué incluso se lo había dicho a toda la nación de Israel cuando le dijo rotundamente al pueblo: “No podéis servir a Jehová, porque él es un Dios santo” (Jos. 24:19). Por lo que hemos leído hasta ahora, los resultados de las pruebas de Israel son una conclusión inevitable.
En segundo lugar, Dios deja claro que sus razones para poner a prueba a Israel son variadas y no un experimento a ciegas. En Jueces 3:2, Jehová explica otra razón para poner a prueba a Israel: “Fue para que las generaciones del pueblo de Israel conocieran la guerra, para enseñar la guerra a los que no la habían conocido antes“. Jehová conoce exactamente sus propósitos en estas pruebas.
Pero si no es para que Jehová aprendiera que Israel no sería capaz de obedecer sus mandamientos, entonces ¿para qué probar a Israel? ¿Por qué no eliminar simplemente a los cananeos y a los filisteos para que Israel pudiera seguir disfrutando de la Tierra Prometida? De hecho, estas pruebas vinieron para enseñar a Israel que eran incapaces de obedecer a Jehová. La ley fue dada, explica el apóstol Pablo, para enseñarnos nuestra depravación: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gal. 3:24). Esa palabra “ayo” (paidagogos) es la palabra de la que procede nuestra palabra pedagogía, una palabra que se refiere a la práctica de la enseñanza.
Estos fracasos enseñaron a Israel que sus corazones eran duros, que no eran capaces de obedecer a Jehová y que necesitaban un rey que los hiciera justos a pesar de ellos mismos.
De hecho, la ley sigue enseñándonos que nosotros también necesitamos un rey que nos haga justos. Pero escucha ahora la buena noticia del Evangelio: Jesucristo vino a ser probado en nuestro lugar para que pudiéramos ser recompensados en base a su actuación, ya que él fue maldecido en base a nuestro fracaso.