Lecturas Bíblicas: Día 58
Éxodo 10 | Lucas 13 | Job 28 | 1 Corintios 14
Aunque aún no hemos llegado al final de la guerra entre Jehová y el Faraón, hay varios indicadores en Éxodo 10 de que las batallas se están moviendo cada vez más en una dirección. La gloria de Jehová sigue resplandeciendo frente a los falsos dioses de Egipto, y el faraón parece cansarse de luchar contra el Dios Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra.
Al principio del Éxodo 10, Jehová insiste una vez más en que él mismo está endureciendo el corazón del faraón para que éste no deje marchar al pueblo de Israel, dando esta explicación para hacerlo “para mostrar entre ellos estas mis señales, y para que cuentes a tus hijos y a tus nietos las cosas que yo hice en Egipto, y mis señales que hice entre ellos; para que sepáis que yo soy Jehová.” (Ex 10:1-2). Como dijimos en la meditación de ayer, el juicio que Jehová derrama sobre el faraón es por causa del Evangelio, para que el pueblo de Dios (así como sus hijos y nietos) sepan que sólo Jehová es Dios.
Por parte del faraón, parece que el rey más poderoso del mundo también se está dando cuenta del poder de Jehová. Los siervos del faraón se dan cuenta de que están en desventaja, así que le ruegan al faraón que deje ir a Israel antes de que las cosas empeoren aún más para Egipto: “¿Hasta cuándo será este hombre un lazo para nosotros? Deja ir a estos hombres, para que sirvan a Jehová su Dios. ¿Acaso no sabes todavía que Egipto está ya destruido?“. (Ex. 10:7).
Incluso el propio Faraón empieza a utilizar un lenguaje de humildad sorprendente para describir su propia rebelión contra Jehová, reconociendo que ha “pecado” contra Él (Éx. 10:16) y expresando su voluntad de dejar que Israel vaya al desierto para adorar a su Dios, y para que pueda servirle: ¿No comprendes aún que Egipto está arruinado?“. (Ex. 10:7).
Sin embargo, Jehová cumple su promesa de endurecer el corazón del faraón (Éx. 10:20, 27), y aunque éste está a punto de dejar marchar a Israel, se niega siempre en el último momento.
El faraón sabe que no tiene nada. Sus magos han fracasado. Sus dioses han fracasado. Ni siquiera él, el poderoso faraón de Egipto, ha podido impedir que el Dios de los pobres hebreos lleve al poderoso Egipto a la ruina y la destrucción.
Este lugar de devastación es un punto al que Dios nos lleva a todos en nuestras vidas. La diferencia entre la vida y la muerte, por tanto, no es si Dios nos lleva a la destrucción, porque ciertamente lo hará. Más bien, la diferencia entre la vida y la muerte se encuentra en si nosotros, como Faraón, endurecemos nuestros corazones contra la palabra de Dios en el evangelio de Jesús o en cambio nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en el Señor Jesucristo para salvación y redención.
El escenario es diferente, pero Dios exige de nosotros la misma fe obediente que exigió a Faraón.