Lecturas Bíblicas: Día 51
Éxodo 3 | Lucas 6 | Job 20 | 1 Corintios 7
Éxodo 3 es un pasaje fundamental para entender cómo encajan la santidad y el amor de Dios. En este encuentro, Dios se acerca a Moisés y le dice que mantenga las distancias. Así, cuando Moisés se aparta para ver cómo puede arder una zarza sin consumirse, Dios le llama advirtiéndole: “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás es tierra santa” (Éx. 3:5).
Esta escena plantea una pregunta: Si la presencia de Dios es demasiado sagrada para que Moisés se acerque, ¿por qué se acerca Dios a Moisés?
La respuesta a esta pregunta llega en cuanto Dios empieza a hablar: sencillamente, Jehová se acerca a Moisés por amor a su pueblo. Dios le explica que ha escuchado el clamor de Israel y que sin duda lo rescatará de Egipto. No será una misión sencilla, ya que el faraón no dejará marchar a Israel a menos que “lo obligue una mano poderosa” (Ex. 3:19). Por eso Dios promete que hará exactamente eso: “Y extenderé mi mano y heriré a Egipto con todas las maravillas que haré en él; después os dejará ir” (Ex. 3:20).
Es importante que la forma en que pensamos en Dios capte las dos caras de lo que Dios hace aquí: por un lado, Dios se acerca a Moisés por amor a su pueblo, pero, por otro, Dios ordena a Moisés que no se acerque, ya que Dios es santo.
En primer lugar, debemos reconocer la seriedad y severidad de la santidad de Dios, es decir, debemos honrar la naturaleza de no acercarse de la santidad de Dios. La santidad de Dios es un fuego abrasador y consumidor (Heb. 12:29), el tipo de fuego consumidor que derrite las montañas como cera ante él (Sal. 97:5). Si somos el pueblo de Dios, entonces no debemos jugar con su furiosa santidad.
Pero, en segundo lugar, también debemos reconocer que el profundo amor de Dios por su pueblo le obliga a perseguirlo y redimirlo. De esta manera, la santidad de Dios y su amor van de la mano. De hecho, el objetivo del amor de Dios es hacernos santos precisamente para que podamos acercarnos a Él y habitar con Él en santidad, para que podamos convertirnos en su pueblo santo y para que Él pueda ser nuestro Dios santo.
Sin embargo, para hacer santo a su pueblo, Dios tendrá que hacer mucho más que sacarlo de Egipto. De hecho, nuestra santidad requerirá nada menos que la crucifixión del propio Hijo de Dios, para que en Cristo podamos llegar a ser santos, como Dios es santo (1 Pe. 1:13-16), y para que podamos con toda confianza acercarnos a Dios en los lugares santos (Heb. 10:19-22).