Muchos conocen la historia de Salomón. Cuando fue coronado rey de Israel pidió sabiduría para gobernar con justicia. En respuesta Dios no solo le concedió eso; también gloria y riquezas como a ningún otro fueron dadas a él (1 Reyes 3:11-13). No obstante, se apartó de la verdad y terminó cediendo a los deleites de la carne y las tradiciones del mundo.
Creemos que perdió el camino porque, como narran las escrituras, en algún momento de su vida se convirtió en un apóstata de la fe. De hecho, no sería incorrecto pensar que confió más en sus talentos que en la presencia de Dios. En su defensa, podría decirse que fue declarado regente a muy temprana edad (1 Reyes 1:28-40).
Si bien el Señor le confirió sabiduría para comprender asuntos difíciles de discernir al hombre natural, no se tiene certeza de que Salomón realmente llegare a percibir el propósito espiritual que viste de gala su más notable Mashal:
Por otro lado, para algunos, el hecho de que Salomón se haya apartado de la fe es un indicio de contradicción en las sagradas escrituras, pero no es así. Esta historia es una prueba irrefutable de que Dios es Santo y el hombre un ser cargado de maldad que necesita llegar a los pies de Cristo para ser rescatado de la incredulidad, la esclavitud del pecado y de la muerte.
En el contexto del antiguo testamento Slot conocer la ley, guardar los mandatos del Señor y ponerlos por obra encauzaba los caudales de bendición dados por Dios a su pueblo. En cambio, apartarse de todo eso traía maldición. Deuteronomio 28:15 lo expresa con mayor claridad:
Dios prometió prosperidad y gloria a Israel si se mantenía fiel a sus principios. Sin embargo, la simiente de Jacob abandonó la senda correcta y pereció en la iniquidad. Así también podría suceder a muchos de nosotros por despreciar la sabiduría encarnada. Al apartarse obstinadamente del Señor, desechamos tanto al Hijo como al Padre. Pues hay un único camino y ese es Cristo Jesús.
Solo por medio de creer en Él y en su obra redentora llegamos al Padre, le conocemos, le amamos y le glorificamos. El Señor cumplió la ley para librarnos de la esclavitud del pecado, de la muerte y de la condenación eterna. Debido a ello hoy no vivimos en maldición, sino según la ley del Espíritu:
Ahora bien, aunque el mundo desprecie la gracia de Dios y nos tilde de incultos por no cobijar su doctrina, queda la confianza de que el hombre más sabio Gacor, Jesucristo, enseña sabiduría que vale la vida eterna. Solo en Él hemos de depositar nuestra esperanza para ser realmente libres.
Para terminar, es justo decir que nada ni nadie puede hacernos inmunes a la obra del mal, excepto el que dio su vida en expiación por sus elegidos. En Cristo Jesús alcanzamos las bendiciones eternas y aprendemos a apartarnos de lo que no conviene. Pues, en sí mismo, Él es “poder y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24).