Lecturas Bíblicas: Día 341 2 Crónicas 7 | 2 Juan 1 | Habacuc 2 | Lucas 21 |
Una vez más, resulta muy instructivo comparar el relato de la aparición de Dios a Salomón en 1 Reyes 9 con el que encontramos en nuestra lectura de hoy en 2 Crónicas 7. En 1 Reyes 9, el Señor juró que había consagrado el templo poniendo allí su nombre, y que establecería el trono de Salomón para siempre si éste guardaba infaliblemente los estatutos y las reglas del Señor (1 Re 9:5). Por otra parte, si Salomón o cualquiera de sus descendientes dejaba de seguirlo, Jehová no sólo cortaría a Israel de la tierra, sino que también destruiría el templo (1 Re 9:6-9).
El Cronista incluye ambas secciones en 2 Crónicas 7, pero también incluye esta sección que se omitió en 1 Reyes 9: “Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la oración en este lugar” (2 Cr. 7:13-15). En el contexto, esta declaración adicional es un reconocimiento de la realidad final de que Israel, de hecho, fracasará. En 1 Reyes, había una tensión en la narración, en la que los lectores se preguntaban: “¿Podrán hacerlo de verdad? ¿Podrán permanecer fieles a Jehová para siempre?
Los libros de Crónicas, sin embargo, reconocen desde el principio que el pueblo de Dios fracasaría y que todos serían llevados al exilio a causa de su falta de fe (1 Cr. 9:1). Por tanto, los libros de Crónicas han apuntado hacia el Hijo mayor de David que vendría, el Mesías que salvaría al pueblo de Dios. Aquí, sin embargo, también aprendemos una nueva faceta del plan de Dios: aunque es la venida del Mesías la que logrará plenamente la salvación para el pueblo de Dios, el papel del pueblo para abrazar esa salvación será humillarse, orar y volverse de sus malos caminos, es decir, arrepentirse.
Y, en efecto, éste es el mensaje del Evangelio: ahora que Jesús ha logrado nuestra salvación, nos ordena que nos humillemos, oremos por su perdón y nos arrepintamos de nuestros malos caminos mientras nos inclinamos ante su reino. Y si lo hacemos, nos promete no sólo perdonarnos, sino también sanar nuestra tierra, es decir, concedernos una herencia en la nueva creación que está iniciando, para que habitemos con Él para siempre en un cielo nuevo y una tierra nueva. Por tanto, arrepentíos y creed en el Señor Jesucristo, para que seáis salvos.