Lecturas Bíblicas: Día 230
1 Samuel 10 | Romanos 8 | Jeremías 47 | Salmos 23–24
La introducción de un rey en 1 Samuel 10 marca un territorio nuevo para todos, suscitando todo tipo de preguntas. ¿Cómo designaría Jehová a su rey y qué recursos le daría para ayudarle a servir bien a Israel? ¿Cómo debería actuar el propio rey y cómo debería responder el pueblo de Israel a su nuevo gobernante?
En primer lugar, Samuel unge a Saúl como rey con aceite (1 Sam. 10:1). El aceite, sin embargo, no era más que una señal que apuntaba al don mayor que Jehová proporcionaría: su Espíritu Santo. Cuando Saúl regresa con su familia, el Espíritu de Jehová se posa sobre él y le hace profetizar (1 Sam. 10:6). Por medio de su Espíritu Santo, Jehová equipa a Saúl con todos los recursos necesarios para pastorear bien a Israel.
En segundo lugar, a pesar de estar equipado, Saúl se siente abrumado por el hecho de haber sido ungido rey de Israel, por lo que se esconde entre el bagaje en lugar de asumir su nuevo papel (1 Sam. 10:21-22). Por un lado, su temor habla de su humildad. Pero, por otro lado, también deberíamos ver aquí los primeros indicios de que Saúl juzgaba su capacidad para servir como rey basándose únicamente en sus propias fuerzas (inadecuadas), en lugar de basarse en la fuerza infinita de Dios. En contraste, consideremos cómo el muchacho David se enfrentaría más tarde al gigante Goliat sin vacilar, pues ya había aprendido por experiencia a depender de la fuerza de Jehová en la batalla (1 Sam. 17:34-37). La misma mala teología que acabó provocando la caída de Saúl inspira aquí el temor en su presentación a Israel.
En tercer lugar, el pueblo de Israel responde a Saúl de maneras muy diferentes, aunque todos cometen el mismo error. Algunos se fijan en su estatura y toman su aspecto como prueba absoluta de su capacidad para conducir a Israel a la batalla (1 Sam. 10:23-24), mientras que otros lo miran y lo desprecian, preguntándose: “¿Cómo puede salvarnos este hombre?“. (1 Sam. 10:27). Ninguno de ellos mira más allá de la apariencia de Saúl para considerar cómo Jehová podría guiarlos a través de él; después de todo, Israel quería un rey para no necesitar más a Jehová como rey sobre ellos (1 Sam. 8:7).
Pero a través de Saúl, Jehová comienza a enseñar a su pueblo no sólo lo que significaría un rey sobre ellos, sino también cómo sería su Ungido mayor (es decir, el “Mesías” en hebreo, o “Cristo” en griego). El Cristo sería ungido con todo el poder del Espíritu Santo (Lucas 4:18) y, aunque rechazado por Israel por su apariencia (Isaías 53:2), el Cristo no dudaría en erigirse en campeón de Israel, luchando contra los mayores enemigos del pueblo de Dios hasta la muerte y resucitando victorioso en su resurrección.
¡Viva el Rey Jesús!