Lecturas Bíblicas: Día 223
1 Samuel 1 | Romanos 1 | Jeremías 39 | Salmos 13–14
De forma discreta, a través de una pobre mujer moabita viuda -la persona más improbable posible-, Dios puso en marcha un plan en el libro de Rut para levantar un rey. Este rey guiaría al pueblo de Dios lejos de hacer lo que era correcto a sus propios ojos y en su lugar hacia la obediencia a Dios haciendo todo lo que era correcto a sus ojos. Y en 1 Samuel, Dios finalmente unge a su rey elegido para el trono de Israel, pero no de inmediato. La primera parte de 1 Samuel comienza como muchas de las mejores historias de la Biblia: con una mujer estéril suplicando a Jehová que abra su vientre. Con ello, Dios añade a Ana a la creciente lista de Sara ( Gén. 11:30), Rebeca (Gén. 25:21), Raquel (Gén. 29:31) y la madre anónima de Sansón (Jue. 13:23).
Por otro lado, la rivalidad entre Ana y Penina (Penina provocaba a Ana porque Ana no tenía hijos; 1 Sam. 1:6) debería recordarnos las historias de Agar, que miró a Sara con desprecio una vez que concibió con el marido de Sara, Abraham ( Gen. 16:4), y de Raquel, cuya infertilidad la llevó a una gran angustia al compararse con su hermana Lea (Gen. 30:1). Lamentablemente la poligamia se da en la Biblia pero siempre se presenta de la forma más negativa posible, como una situación inviable que inevitablemente causa dolor a las personas implicadas. El plan de Dios para el matrimonio siempre había sido que el hombre se uniera a su mujer para que ambos se convirtieran en una sola carne (Génesis 2:24).
No es de extrañar, pues, que las angustiosas oraciones de Ana la hagan parecer ebria al sacerdote Elí (1 Sam. 1:13). Leemos que Jehová se acordó misericordiosamente de Ana respondiendo a sus oraciones, de modo que “a su debido tiempo, Ana concibió y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, porque dijo: ‘A Jehová lo he pedido’“. (1 Sam. 1:20). Luego, de acuerdo con su voto, dedica a Samuel al servicio del tabernáculo en cuanto es destetado (1 Sam. 1:23-28).
Ana es una mujer de gran fe que no permitió que su dolor la llevara a la amargura, sino que derramó su alma ante Jehová, confiando su fertilidad a quien abre y cierra los vientres. Esta historia no nos enseña que Jehová siempre nos dará lo que le pedimos en la oración, pero sí nos enseña que Jehová nos escucha cuando oramos.
La cuestión no es tanto si Jehová nos dará las respuestas que le pedimos en la oración, sino más bien si nosotros, como Ana, podemos confiar en Jehová con nuestras oraciones. Sea lo que sea que angustia tu alma, ¿lo estás derramando ante Jehová? Y si no es así, ¿qué te impide confiarte a él como hizo Ana?