Lecturas Bíblicas: Día 106
Levítico 20 | Salmos 25 | Eclesiastés 3 | 1 Timoteo 5
La mayor parte de Levítico 20 se centra en las prohibiciones de Jehová contra cuatro tipos de maldades: el sacrificio de niños (Levítico 20:1-5), los adivinos y magos (Levítico 20:6, 27), maldecir al padre o a la madre (Levítico 20:8) y la inmoralidad sexual (Levítico 20:10-21). Estas leyes se sitúan en el contexto de una sección más amplia de leyes en Levítico 11-22 sobre cómo los israelitas debían buscar la santidad personal.
Además, como Jehová explicó en Levítico 18:3, 24-25 y 27-28, no es que estas abominaciones fueran posibilidades teóricas de pecado que pudieran acosar a Israel; más bien, las cosas específicas que Jehová prohíbe eran un comportamiento estándar para las naciones que rodearían a Israel en la Tierra Prometida (Levítico 20:23).
Y de nuevo, al igual que en Levítico 18:24-28, vemos otra advertencia de que la participación en estos actos abominables llevaría a la propia tierra a vomitar a Israel, al igual que la tierra estaba a punto de vomitar a los cananeos, precisamente porque estaban haciendo todas estas cosas (Lev. 20:22). Como podríamos sospechar por este énfasis repetido, hay un importante principio teológico subyacente no sólo detrás de las leyes en sí, sino también detrás de las bendiciones que Jehová prometió por la obediencia, así como de las maldiciones que Jehová prometió por la desobediencia.
El principio es el siguiente: la Tierra Prometida iba a ser el lugar santo donde el Dios santo moraría con su pueblo santo. En este sentido era mucho más que una recompensa por el buen comportamiento. Era más que un incentivo para que Israel siguiera obedeciendo sus mandamientos. De hecho, la Tierra Prometida debía servir como el Jardín del Edén renovado.
De esta manera, si Israel cumplía los términos de la ley de Dios, podría seguir viviendo en el Jardín del Edén, igual que Adán y Eva habrían seguido viviendo en el Jardín del Edén si hubieran cumplido los términos de la ley de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Y por otro lado, al igual que Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén por desobediencia, Israel sería finalmente vomitado de la tierra por su desobediencia.
Las exigencias de Jehová son claras: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos.” (Lev. 20:26). Jehová ha elegido y llamado para sí a un pueblo santo -es decir, separado para un fin especial- y, por tanto, exige que le obedezcan en santidad.
Y nosotros, que hemos sido comprados con la sangre de Jesús, recibimos el mismo encargo: “…Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pe. 1:14-16).