Lecturas Bíblicas: Día 105
Levítico 19 | Salmos 23–24 | Eclesiastés 2 | 1 Timoteo 4
Intercalado entre dos secciones de leyes en Levítico 19 que tratan de asuntos de santidad personal (Lev. 19:1-8, 19-37) hay un pasaje en el que encontramos uno de los versículos más famosos de la Biblia: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:18). La mayoría de nosotros estamos más familiarizados con este versículo porque Jesús lo citó junto con Deuteronomio 6:5 (“Amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas“) para resumir toda la ley (Mt. 22:34-40). Sin embargo, leer este versículo en su contexto original nos ayuda a completar una imagen más clara de lo que significa amar al prójimo como a uno mismo.
En primer lugar, Jehová ordena en Levítico 19:9-10 que su pueblo viva con generosidad, exigiéndoles que dejen una parte de sus campos sin cosechar para que los pobres de la tierra puedan espigar de las sobras. En segundo lugar, en Levítico 19:11-14, Jehová prohíbe todo tipo de deshonestidad, incluidos el robo, el falso testimonio y la opresión de los pobres o los discapacitados. En tercer lugar, en Levítico 19:15-16, Jehová insiste en la justicia, lo que significaba que los israelitas tenían prohibido defraudar tanto a los pobres como a los ricos.
Pero luego Jehová llega al meollo del asunto, insistiendo en que su pueblo no odie en su corazón a sus compatriotas israelitas, e incluso prohíbe guardar rencor (Lev. 19:17-18). Jehová exigía no sólo que su pueblo evitara ciertas acciones específicas, sino también que cultivara un amor genuino por sus hermanos, y es sólo en este punto cuando Jehová establece finalmente el resumen de todas estas leyes: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:18).
Jesús adoptó exactamente el mismo enfoque de la ley en su Sermón del Monte, señalando primero qué acciones específicas prohibía la ley y luego intensificando esas prohibiciones al tratar los pensamientos y las intenciones del corazón. De este modo, tras reconocer que el asesinato violaba la ley (Mt. 5:21), Jesús intensificó esa ley enseñando que incluso la ira o un arrebato de rabia te pondrán en peligro de las llamas del infierno (Mt. 5:22). Aunque la ley se ocupaba en gran medida del comportamiento externo, aquí en Levítico 19 vislumbramos cómo la ley presionaba más allá de nuestras acciones para llegar al problema real y de raíz: la pecaminosidad de nuestros corazones.
Pero en este punto, la ley no puede lograr nada más. La ley puede identificar comportamientos pecaminosos e incluso puede llegar a las profundidades de nuestros corazones para arrojar luz sobre el pecado que habita en nosotros, pero la ley no puede hacer dos cosas: no puede expiar permanentemente nuestros pecados y no puede transformar nuestros corazones para que queramos obedecer la ley de Dios.
Para eso, el pueblo de Dios necesita algo más grande que la ley: necesitamos nada menos que al Redentor Jesucristo.