Lecturas Bíblicas: Día 7
Génesis 7 | Mateo 7 | Esdras 7 | Hechos 7
A raíz de la mezcla de los hijos de Dios (la línea piadosa de Set) y las hijas del hombre (la línea malvada de Caín) que vimos ayer en Génesis 6, Dios hace una promesa: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años” (Génesis 6:3). ¿Qué significa esto?
Algunos lo han interpretado en el sentido de que los individuos tendrían ahora una vida más corta, de modo que cada persona estaría limitada a vivir sólo 120 años, pero hay dos problemas con esa interpretación. En primer lugar, varios personajes bíblicos viven más de 120 años después de esta promesa en Génesis 6, como Sara (127 años; Gén. 23:1), Abraham (175 años; Gén. 25:7), Ismael (137 años; Gén. 25:17) y Jacob (147 años; Gén. 47:28). En segundo lugar, el contexto inmediato de esta promesa nos lleva directamente a la destrucción de la humanidad mediante un diluvio.
Entonces, Dios dice que retirará su Espíritu de en medio de ellos (Gen. 6:3). Hasta ese momento, el Espíritu de Dios había tratado en general con la humanidad para “morar” en ella, o más literalmente, para “luchar” o “defender una causa” con ella. El lenguaje sugiere que el Espíritu de Dios había buscado personalmente el arrepentimiento de estas personas. Pero cuando persistieron en su desobediencia, Dios los juzgó dándoles lo que querían: retiró la presencia del Espíritu de sus vidas.1
Tendemos a pensar en el diluvio como el gran juicio de Dios contra la humanidad -y el diluvio fue ciertamente severo-, pero no debemos pasar por alto la severidad de retirar el Espíritu Santo. Fuimos creados para ser morada del Espíritu Santo, por lo que perder la presencia directa del Espíritu Santo fue un nuevo tipo de muerte. Así como Adán y Eva experimentaron la muerte espiritual (que los llevó a la muerte física) al ser expulsados de la presencia directa de Dios en el Jardín del Edén, ahora en Génesis 6 la humanidad experimenta consecuencias más profundas de esa muerte espiritual al perder la presencia moradora del Espíritu Santo, y como resultado, Dios completa el juicio enviando también la muerte física a través de un diluvio.
El resto de la historia bíblica narra cómo el pueblo de Dios recupera el Espíritu Santo. Durante un tiempo, Dios sólo concedió su Espíritu a líderes especialmente ungidos, como profetas (1 S. 10:10), sacerdotes (2 Cr. 24:20) y reyes (1 S. 16:13). Estos líderes mediaban la presencia del Espíritu de Dios ante el pueblo, al que no se le permitía experimentar el Espíritu de Dios directamente.
Pero Jesús vino a devolvernos el Espíritu. Después de su crucifixión, resurrección y ascensión, Jesús recibió de su Padre la promesa del Espíritu Santo y lo derramó sobre su pueblo (Hch 2:33). Por medio de Jesús, recuperamos lo que se perdió en Génesis 6: el don del Espíritu Santo (Hch 2:38).
- George Smeaton, The Doctrine of the Holy Spirit (Edinburgh: Banner of Truth Trust, 1974), 17–19. ↩︎