Lecturas Bíblicas: Día 272
1 Reyes 1 | Gálatas 5 | Ezequiel 32 | Salmos 80
A medida que nos acercamos al final de la vida de David, las historias que leemos no sólo nos preparan para el traspaso del reino al hijo de David, Salomón, sino que también nos ofrecen una visión más profunda de las limitaciones de David como rey. En la lectura de hoy en 1 Reyes 1, vemos dos fracasos específicos de David como rey, primero en el tiempo de reacción con el que Salomón es ungido rey y segundo al contrastar el primer acto de Salomón como rey con la historia de liderazgo pasivo de David.
En primer lugar, aunque David aún no ha muerto, se hace urgente transferir oficialmente el reino al hijo de David, Salomón, cuando Adonías, otro hijo de David, reclama el trono para sí. Sabiamente, Natán y Betsabé trabajan juntos tanto para informar a David de lo que Adonías ha hecho como para persuadirle de que unja a Salomón como rey inmediatamente. Parece haber una sugerencia de que David podría simplemente aceptar la pretensión de Adonías al trono, por lo que Natán advierte a Betsabé: “Ahora, pues, ven, déjame aconsejarte, para que salves tu vida y la vida de tu hijo Salomón” (1 Re. 1:12). David era ciertamente un hombre conforme al corazón de Dios, pero no cabe duda de que uno de los mayores fallos de David fue su tendencia a la pasividad cuando trataba con personas rebeldes en su entorno.
En segundo lugar, cuando Salomón asume el trono y Adonías se niega a dejar los cuernos del altar en el patio del tabernáculo hasta que Salomón promete no hacerle daño, la respuesta de Salomón rebosa sabiduría real: “Si se muestra hombre digno, ni uno solo de sus cabellos caerá a tierra; pero si se halla maldad en él, morirá” (1 Re. 1:52). En situaciones similares, David también se mostraba a menudo dispuesto a extender la misericordia, pero a David, a diferencia de Salomón, le costaba establecer límites firmes. Por ejemplo, David aceptó que su hijo Absalón volviera a Jerusalén después de desterrarlo por asesinar a Amnón (2 Sam. 14:33), pero la absoluta falta de disciplina hacia Absalón creó la oportunidad para que éste intentara arrebatarle el trono a su padre (2 Sam. 15). Salomón, por otro lado, perdona a Adonías y le advierte severamente que no siga transgrediendo y, como veremos en la lectura de mañana de 1 Reyes 2, Salomón habla en serio.
Es sorprendente que David -el rey más grande de la historia de Israel- tuviera defectos tan evidentes. Todo esto nos recuerda que David no era el Mesías definitivo, aunque fuera una de las sombras más claras del Mesías definitivo que vendría. Todas estas figuras se quedaron cortas a la hora de redimir definitivamente al pueblo de Dios, y juntas, estas historias forman el telón de fondo sobre el que Jesús brilla con su gloria más radiante, ya que donde ellos fracasaron, Jesús triunfó. Alegrémonos en la gloria de Jesús y pongamos nuestra esperanza exclusivamente en él.