A veces, los cristianos no promovemos la paz de la Iglesia peleando por pelear, haciendo montañas de meros altares de testimonio y negándonos a escuchar atentamente a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Pero otras veces, los cristianos fallamos en proteger la pureza de la iglesia tolerando el pecado en nuestro medio o retrocediendo ante la controversia por un deseo de paz a cualquier precio.