Para nosotros, fue el pecado de nuestro primer padre, Adán, el que nos dejó no sólo lisiados, sino incluso muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1). Sin embargo, gracias a las promesas de pacto que Jehová hizo a Abraham, Jesús vino como rey davídico para mostrarnos su bondad, llevarnos a la casa de su Padre y darnos de comer de su mesa para siempre, ahora en la Cena del Señor y, en última instancia, en las bodas del Cordero (Ap. 19:9).