Jehová no se limitó a adoptar a uno de los descendientes de David, sino que envió a su Hijo unigénito y eternamente engendrado al mundo para que naciera en la casa de David. Luego, este Hijo mayor de David (que es por naturaleza el Hijo de Dios) fue disciplinado con vara de hombre y con azotes de hijo de hombre, no por su propia desobediencia, sino por la desobediencia de todos los hijos de David que le habían precedido. Pero entonces Jehová resucitó a su Hijo de entre los muertos, declarando a Jesús Hijo de Dios por su resurrección de entre los muertos (Rom 1:4) y exaltándolo como rey para siempre para reinar en el trono de David.