En nuestra propia adoración debemos tomarnos en serio la letal santidad de Jehová y, al mismo tiempo, abandonar nuestra dignidad para regocijarnos en el Señor, sobre todo porque tenemos una palabra mejor que la que tenía David cuando llevó el arca a Jerusalén. La buena noticia del Evangelio es que Jesucristo mismo ha sido abatido, como Uza, por todas las formas en que nosotros hemos maltratado la santidad de Jehová. Puesto que Jesús fue a juicio por nosotros, nosotros no estamos en juicio, y podemos alegrarnos, habiendo sido nombrados hijos e hijas del Dios Altísimo que mora en medio de nosotros por medio de su Espíritu Santo.
¡Venid, adoremos al Señor!