Es fundamental señalar que cuando Jesús vino para ser el nuevo templo, no se limitó a reunificar a Israel, sino que fue más allá, reconciliando a la nación de Israel con los gentiles en un solo cuerpo (Ef. 2:14-16). En última instancia, el templo del cuerpo de Jesús tuvo que ser destruido en la cruz por la desobediencia del pueblo de Dios y luego, al tercer día, ese templo tuvo que ser levantado (Juan 2:19). Ni una sola palabra de las que Jehová había pronunciado caería en tierra, sino que era precisamente mediante la destrucción de su templo como Jehová expiaría los pecados de todo su pueblo, reconciliándolo consigo mismo para siempre en paz y justicia.