Salomón constituye una advertencia para que guardemos nuestros corazones de ser atraídos por cualquier tesoro que podamos encontrar en esta vida. Para ello, necesitamos orar para que el Espíritu de Dios no sólo contenga nuestros corazones de la avaricia, sino también para que nos enseñe cuánto mejor es Jesús que las riquezas que podamos acumular. Porque, en palabras de Jesús, “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?“. (Marcos 8:36).