PALABRA DE VIDA ETERNA

Es imposible comprender el mensaje de salvación sí en el centro de todo no se encuentra la obra gloriosa de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo.

“Es el manual de vida perfecto”, contesta descuidadamente el creyente cuando se le pregunta acerca de biblia. No obstante, ella es más que una guía del buen vivir, un código de conducta, una receta mágica para educar a los hijos, una lista de consejos prácticos para llevar unas finanzas saludables o cualquiera otro aspecto que sugiera el camino hacia el éxito.

En primer lugar, los 66 libros que conforman el antiguo y el nuevo testamento son la palabra inspirada de Dios, la cual es útil para enseñar, redargüir, corregir, instruir en toda justicia y es revelada al hombre para que sea perfecto y enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).

En sí misma, la palabra de Dios es el instrumento por el cual su poder se manifestó al universo durante la creación. Cuando habló, el mundo comenzó a existir; apareció por orden del Señor (Isaías 33:9). Porque, todo fue creado por medio de él y para él (Colosenses 1:16).

Con su palabra, el Señor creó todo lo que nuestros sentidos perciben (Génesis 1), han percibido y percibirán aun en la eternidad, y en esta labor nadie le inspiró, nadie le ayudó, nadie le aconsejo y efectivamente nadie participó, solo el único y verdadero Dios podría hacerlo posible.

La palabra de Dios no solo hizo la diferencia en la creación, también la hace en medio de la relación que mantiene con el hombre. A través de ella, se revela a este y le dicta su voluntad desde tiempos inmemoriales (Isaías 45:21).

La hizo en el Edén (Génesis 3:15), como también fuera de él. Con Noé, antes y después del diluvio. Con los patriarcas, en la tierra de la promesa. Con José, en Egipto, Moisés en el desierto y con David cuando Israel ya era una gran nación.

Dios habló en el inicio de los tiempos. También en la antigüedad, a través de los profetas, mas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo (Hebreos 1:2-3). El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán, dijo Jesús a sus discípulos anunciando el fin de lo que conocemos (Mateo 24:35)

Del mismo modo, la biblia enmarca una historia en la que existe un único y verdadero héroe, Dios. Nada que ver con las figuras deslumbrantes de la epopeya homérica. Mucho menos con príncipes, princesas, caballeros o los dragones de la Europa medieval.

El héroe que muestra la biblia era antes de todo y será igualmente después de todo, porque es el dueño y Señor de todo. Por ello, en la eternidad, según el consejo de su sabia voluntad, determinó lo necesario para redimir un pueblo para sí mismo. Su amor, misericordia, justicia, santidad y gracia predominan por encima de los deseos de la criatura, así como también sus condiciones y sus reglas.

No fue Noé quien dispuso el arca para que él y su familia fueran preservados del juicio divino (1 Pedro 3:20). Tampoco Abraham el que proveyó carnero para el sacrificio (Génesis 22:12-13). Moisés el que libertare a Israel del yugo del faraón (Éxodo 12:37-42) o lo guiare a través del desierto (Éxodo 13:17-22), o Josué el que se levantare en victoria sobre los escombros de las murallas en Jericó (Josué 6:15-20), sino Dios.

David advirtió claramente esto. Por eso, reconociendo su gloria y majestuosidad, prorrumpió en júbilo y alabanzas para aquel que venció los gigantes que combatían en el interior de su carne, y le sacó del pozo de la desesperación y el lodo cenagoso, (Salmo 40:1-3).  

La biblia también narra una historia de amor como no ha existido otra igual, la de Cristo y su esposa la iglesia. Diferente a la del rey Salomón con sus 700 esposas y trescientas concubinas (1 Reyes 11:1-13), o a la de Acab y Jezabel (1 Reyes 16:29-33).

Guardando las proporciones, quizás sea más parecida a la del profeta óseas (Oseas 3:1). Mientras este redime a su esposa prostituta por 15 siclos de plata y un homer y medio de cebada (Oseas 3:2), el Señor rescata a la iglesia a precio de sangre (1 Pedro 1:18-20). El dio su vida por ella.

En el mismo sentido, puede decirse que la biblia describe una historia de reconciliación en la que el ofendido (Dios) olvida la afrenta recibida sin pedir nada a cambio, (Miqueas 7:18-19; Salmo 103:8-13). En vez de ello, entrega a su unigénito para salvación de los escogidos.

En la cruz, Jesús abrió sus brazos para recibir al ofensor y restaurar la relación truncada en el Edén. Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados (2 Corintios 5:18-19).

La biblia registra además palabras de vida eterna en Cristo Jesús. Si bien muchos se ofenden con el evangelio y abandonan al Señor cuando son confrontados por la palabra, el verdadero creyente reconoce que el esfuerzo humano no logra nada delante de Dios, pues, solo el Espíritu da vida eterna (Juan 6:60-65).

Cuando comprendemos que las obras de la carne no tienen merito delante de Dios, y que junto con la religiosidad son solo trapos de inmundicia (Isaías 64:6) que nos alejan de la cruz, caemos de rodillas arrepentidos de nuestra maldad y decimos a Jesús: ¿a quién iremos Señor? Solo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6:68).

Para terminar, debemos resaltar el hecho de que la biblia habla de Cristo, pues, Él es el fundamento de nuestra fe (1 Corintios 3:11) y nadie puede poner otro cimiento diferente al que está puesto.

Sin duda, el mensaje transmitido por medio de las escrituras, desde la caída hasta la creación de nuevos cielos nuevos y nueva tierra (Isaías 65:17 Apocalipsis 21:1), anuncian la simiente de la mujer (Génesis 3:15). Su historia es el hilo conductor (Juan 1:45; Lucas 24:27, 44; Hechos 8:34-35 28:23) y la fuente de vida y de toda verdad (Juan 14:6).

Es imposible comprender el mensaje de salvación sí en el centro de todo no se encuentra la obra gloriosa de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo. Pues, como el mismo lo enseñó: el Padre que le envió da testimonio de Él (Juan 5:37). Asimismo, el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24).

En definitiva, la palabra de Dios habla de Cristo Jesús, el autor de la salvación (Hebreos 2:10): Escudriñad pues las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí (Juan 5:39).

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