Lecturas Bíblicas: Día 278
1 Reyes 8 | Efesios 5 | Ezequiel 38 | Salmos 89
Cuando Salomón ora para dedicar el templo en la lectura de hoy de 1 Reyes 8, sus oraciones nos ofrecen importantes distinciones teológicas para entender lo que significa que Jehová habite en un lugar físico como este templo. En primer lugar, Salomón tiene claro que ningún templo puede contener a Jehová, el Creador del cielo y de la tierra. Él ora: “¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?“. (1 Re 8,27). Decir que Jehová moraría entre su pueblo en el templo no significa que este templo lo contuviera o limitara de algún modo.
En segundo lugar, Salomón insiste en este punto repitiendo ocho veces la frase “oíd en los cielos” (1 Re 8,30, 32, 34, 36, 39, 43, 45, 49) después de cada petición que plantea. Es cierto que Jehová moraría entre su pueblo en la tierra, en este templo, pero Salomón no se hace ilusiones sobre la ubicación de la verdadera sala del trono de Jehová: en lo más alto de los cielos. Desde allí, Jehová reina como rey y juez, gobernando soberana y providencialmente sobre toda la creación, pero también escuchando las oraciones incluso de los más débiles de su pueblo.
En tercer lugar, aunque Salomón tiene muy claro que Jehová no se limita a su templo terrenal, reconoce que Jehová ha decidido vincular su nombre y su presencia a este templo. Esto significa que Jehová ha prometido responder a las oraciones de Israel para que los libere de sus enemigos (1 Re 8,33-34), de las catástrofes naturales (1 Re 8,37-40) y de la victoria en la batalla (1 Re 8,44-45). Es más, Jehová ha prometido escuchar las oraciones del extranjero que ore en el templo de Jehová (1 Re 8:41-43) y escuchar las oraciones de Israel cuando clamen a Jehová por el perdón de sus pecados (1 Re 8:31-32, 46-53).
Esta oración es sumamente importante no sólo para entender la relación de Jehová con su pueblo a través de su templo, sino aún más para entender la relación suprema de Jehová con su pueblo a través de su nuevo templo, el cuerpo del Señor Jesucristo. En Jesús, la gloria de Jehová -la misma gloria que habitaba el templo de modo que los sacerdotes no podían estar de pie para ministrar (1 Re 8:11)- habitó en carne humana. Como ser humano, Jesús se vinculó de forma única a las limitaciones de la humanidad, pero también respondió a las oraciones de quienes han implorado perdón ofreciéndose a sí mismo como sacrificio único.
Hoy, todos los pueblos -judíos y gentiles, extranjeros e hijos de creyentes por igual- pueden encontrar la salvación cuando se dirigen en oración al templo de Dios construido sin manos, el Señor Jesucristo. Por medio de Cristo, Dios habita con su pueblo -hoy por el Espíritu de Jesucristo en la Iglesia (Ef. 2:22), y para siempre en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:22).