Lecturas Bíblicas: Día 288 1 Reyes 18 | 1 Tesalonicenses 1 | Ezequiel 48 | Salmos 104 |
En el enfrentamiento entre dioses de 1 Reyes 18, Jehová conduce al pueblo de Israel al arrepentimiento por los pecados cometidos. Se trata de uno de los relatos más famosos de la Biblia, pero en su contexto, su significado va mucho más allá de una simple exhibición del poder de Jehová. Aquí, Jehová da un paso importante hacia la restauración de su relación de alianza con su pueblo.
En primer lugar, Elías no es el único siervo de Jehová. En 1 Reyes 18, leemos sobre Abdías, cuyo propio nombre significa “siervo de Jehová”. Abdías sirve al rey Acab, pero con la autonomía que le otorga su cargo, esconde a cien profetas de Jehová en una cueva y les da de comer para preservar sus vidas (1 R. 18:3-4). La verdadera fe no se ha extinguido del todo en la nación de Israel.
En segundo lugar, Elías rechaza que Acab lo nombre “perturbador de Israel” (1 Re 18:18), replicando que es Acab quien ha perturbado a Israel con su desobediencia a Jehová y su adoración a los baales. Aunque la respuesta de Elías a Acab no aprueba ningún tipo de arrogancia orgullosa, sí nos ayuda a recordar que Dios creó el mundo para que funcionara de una determinada manera; en concreto, los seres humanos fueron creados para amar, adorar y obedecer a Dios. En la medida en que no cumplamos esa norma, necesariamente experimentaremos quebrantamiento, dolor y angustia, es decir, nos molestaremos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
En tercer lugar, Elías se da cuenta de que Acab está haciendo una afirmación sobre la verdad: que su dios, Baal, es el dios más poderoso y, por lo tanto, el dios al que Israel debe adorar. Elías desafía esta afirmación organizando una competición entre los dioses, en la que los profetas pedirían a sus respectivos dioses -Baal o Jehová- que enviaran fuego del cielo al altar correspondiente del monte Carmelo. Mientras que los falsos profetas no consiguen ni una chispa de su dios, Jehová derrama fuego del cielo para consumir todo el altar de Elías, empapado de agua, lo que hace que el pueblo caiga sobre sus rostros en adoración, declarando: “Jehová es el Dios; Jehová es el Dios” (1 Re 18:39). Luego Elías destruye a todos los falsos profetas de acuerdo con el mandato de Jehová en Deuteronomio 13, y después, ora, pidiendo a Jehová que bendiga la tierra con lluvia de nuevo, como Jehová había prometido si su pueblo obedecía (Lev. 26:3-6; Deut. 28:12, 23-24).
Sin embargo, por mucho que este episodio represente un gran éxito para Elías y para Jehová, el arrepentimiento del pueblo de la nación del norte de Israel no perdurará. En última instancia, la transformación y la redención duraderas requerirán nada menos que el sacrificio del propio Hijo de Dios en la cruz, consumido bajo el fuego de la ira de Dios contra nosotros por nuestro pecado, para que podamos ser restaurados en una relación de alianza con Dios a pesar de nuestras propias idolatrías.