Lecturas Bíblicas: Día 307 2 Reyes 16 | Tito 2 | Oseas 9 | Salmos 126, 127 & 128 |
Aunque Judá ha tenido reyes malvados antes de este momento, el rey Acaz lleva a la nación sureña de Judá a una maldad sin precedentes. El padre de Acaz, Jotam, fue un rey piadoso que hizo lo correcto a los ojos de Jehová (aparte de abandonar los lugares altos de Judá; 2 R. 15:34-35), pero Acaz empuja a la nación a un nuevo nivel de maldad.
En primer lugar, el rey Acaz va más allá de la maldad de los anteriores reyes de Israel y Judá, hasta el punto de sacrificar a su propio hijo “según las prácticas abominables de las naciones que Jehová echó de delante de los hijos de Israel” (2 Re 16:3). Ahora bien, aunque Abraham también había intentado ofrecer a su hijo Isaac como sacrificio (Gn. 22), es importante reconocer que los dos actos eran fundamentalmente diferentes. Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac por obediencia a Jehová, pero se detuvo cuando un ángel se lo ordenó. Acaz, en cambio, sacrificó voluntariamente a su hijo en desobediencia directa a la ley de Jehová (Dt. 18:10), siguiendo en su lugar las viles prácticas de las naciones circundantes.
En segundo lugar, Acaz corrompe, contamina y desmonta sistemáticamente el templo de Jehová. Por eso, cuando los reyes de Siria y de Israel unen sus fuerzas para atacar Jerusalén (2 Re 16:5), Acaz busca una alianza con Asiria, ofreciendo plata y oro robados del templo (2 Re 16:8-9). Luego, cuando Acaz visita la capital siria de Damasco para entrevistarse con Tiglat-pileser, rey de Asiria, sustituye el altar de bronce que Jehová había dado a su pueblo por un altar que los sirios utilizaban en su culto (2 R. 16:11-14). Por último, Acaz continúa su profanación del templo quitando los marcos de la pila y sustituyendo los bueyes de bronce sobre los que se asentaba el mar por un pedestal de piedra, además de cambiar la entrada exterior del templo “por causa del rey de Asiria” (2 R. 16:17-18), es decir, o bien como parte del pago al rey de Asiria para que luchara contra los sirios, o peor aún, para permitir que el rey de Asiria utilizara el templo de Jehová para sus propios fines.
Sin embargo, hay una fascinante historia inversa a la de Acaz, contenida en el Nuevo Testamento. Allí, Jehová entrega el templo del cuerpo de su propio Hijo para que sea profanado y destruido a manos de hombres malvados, y lo hace mientras ofrece a ese Hijo como sacrificio único por su pueblo. La diferencia entre Acaz y Jehová radica, entonces, en la forma en que Acaz buscó el poder espiritual abrazando la cultura de la muerte y la idolatría de las naciones circundantes, mientras que Jesucristo vino a entrar de lleno en la muerte, no porque la amara, sino porque la odiaba y vino a destruirla para siempre. Por eso, elige la vida que hay en Cristo, “para que vivas tú y tu descendencia” (Dt 30:19).