Lecturas Bíblicas: Día 330 1 Crónicas 22 | 1 Pedro 3 | Miqueas 1 | Lucas 10 |
Con nuestra lectura de hoy comienza una nueva sección en 1 Crónicas 22, donde empezaremos a leer de forma aún más explícita las reformas que David introduce en la adoración de Israel. En los próximos capítulos, David organizará a los levitas, los sacerdotes, los músicos y los porteros del templo, pero comienza encargando a su hijo Salomón y a los demás dirigentes de Israel que se propongan la tarea de construir un templo en el que Jehová habite en medio de ellos. En este capítulo aprendemos dos principios importantes sobre la teología del templo que no habíamos visto antes.
En primer lugar, descubrimos por qué David se ha implicado tanto en la preparación de la construcción del templo hasta este momento: está preocupado por la juventud e inexperiencia de su hijo Salomón, ya que la casa en la que Jehová morará debe ser “magnífica por excelencia, para renombre y honra en todas las tierras” (1 Cr. 22:5). Esto es importante, ya que desplaza el mérito del templo de Salomón a David. Por supuesto, lo importante no es glorificar a David, sino que esto dirige la esperanza de Israel más allá del primer hijo de David, hacia su Hijo definitivo, que con el tiempo se convertiría en la morada de Dios entre su pueblo.
En segundo lugar, nos enteramos de la razón por la que el Señor no permitió que David construyera el templo: había derramado demasiada sangre (1 Cr. 22:8). En su lugar, el Señor quiso confiar la construcción de su templo a un hombre que había descansado de los enemigos que lo rodeaban (1 Cr. 22:9). Más aún, David insta a los demás dirigentes de Israel a que se dediquen a la tarea de construir el templo por el hecho mismo de que Jehová había dado a su pueblo la paz de todos sus enemigos gracias a la sangre que David había derramado (1 Cr. 22:18). Del mismo modo que el Señor había habitado en general con su pueblo en la Tierra Prometida cuando le dio descanso de sus enemigos por todas partes durante la conquista de Canaán (Jos. 21:44, 23:1), ahora el templo de Jerusalén se convierte en el lugar específico donde morará con ellos gracias a la paz que David ha logrado.
Sin embargo, ya sabemos que este templo será destruido por los babilonios. La teología de Crónicas, por tanto, no apunta a un nuevo templo que sería igual que el antiguo. Más bien, Crónicas nos enseña que habría un templo mejor que el que Salomón construyó para nosotros, construido por Jesucristo, que no derramó la sangre de otros, sino que obtuvo el descanso de sus enemigos al resucitar de entre los muertos después de que su propia sangre fuera derramada. Este nuevo templo, por tanto, no se construiría con oro, plata y bronce, sino con algo mucho más precioso: con las personas que Jesucristo compró con su propia sangre (1 Cor. 3:10-17).