Lecturas Bíblicas: Día 327 1 Crónicas 18 | Santiago 5 | Jonás 2 | Lucas 7 |
En muchos sentidos, el pacto de Jehová con David sobre el que leímos ayer en 1 Crónicas 17 es el corazón de la teología de los libros de las Crónicas, pero no sólo porque Jehová jura en este pacto establecer el reino de David para siempre. Es también el deseo de David construir a Jehová una casa de cedro, es decir, un templo (1 Crónicas 17:1-2), lo que lleva al Señor a hacerle un juramento de pacto en primer lugar. Los preparativos de David para la construcción del templo ocuparán gran parte del resto de este libro.
Aunque David no construye él mismo el templo, el Cronista nos da amplia información sobre la construcción del templo que no habíamos leído antes. Después de unos pocos relatos de las grandes victorias militares de David, casi la mitad de la narración de la vida de David en 1 Crónicas se centra en la preparación de David para la construcción del templo y el reordenamiento de la adoración de Israel en 1 Crónicas 22-29. Concretamente, en las Crónicas aprendemos que, aunque Salomón será quien construya el templo, es David quien realiza prácticamente todos los preparativos.
En la lectura de hoy, en 1 Crónicas 18, los relatos de las guerras de David no se cuentan porque sí, sino que sirven para dejar constancia de cómo David adquiere la materia prima para construir el templo a través de sus victorias en la batalla. De esta forma, David obtiene de las ciudades de Tibhath y Cun el bronce con el que Salomón acabaría haciendo “el mar de bronce y las columnas y los utensilios de bronce” (1 Cr. 18:8). Luego, David dedica a Jehová (es decir, a la eventual construcción del templo de Jehová) artículos de oro, plata y bronce que obtiene de Hadad-ezer, rey de Soba-Hamat, así como de Edom, Moab, los amonitas, los filisteos y Amalec (1 Cr. 18:10-11).
En el Nuevo Testamento, Pablo explica que la iglesia es el templo del gran Hijo de David, Jesucristo, donde cada creyente está encajado en una gran estructura, unido con Cristo Jesús como piedra angular, de modo que el Espíritu de Dios habita en nosotros corporativamente (Ef. 2:19-22). Pero Pablo también nos describe a nosotros como cautivos a los que Jesucristo está trayendo de vuelta de la guerra en su procesión triunfal, difundiendo la fragancia y el conocimiento de Él por dondequiera que nos lleve (2 Cor. 2:14-16). En otras palabras, somos los materiales preciosos que Jesucristo ha despojado a las naciones en su gran victoria sobre el pecado, la muerte y el diablo, y nos está utilizando para construir su templo, de modo que Él pueda habitar en nosotros por su Espíritu.
“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Cor. 2:14).